Fue la señora Gracia la primera que vio moverse la imagen de San Lázaro. Era una estatua de madera de un metro de altura que moraba desde tiempos inmemoriales en la capillita de Vila Fraca. Se trataba de una estatua realista: las llagas supuraban hilitos amarillos por entre zanjas rojas en la carne verdosa; cada herida se abría como labios colorados, y algunas de ellas permitían ver el hueso, blanco como un queso.
-Un hombre en estas condiciones no podría ni levantarse –explicó un crítico y lo expulsaron del pueblo.
Era la imagen del San Lázaro clásico: un viejito malherido, esquelético y semidesnudo, que se apoyaba en un cayado y avanzaba el pie derecho. A su lado, un perro pulguiento aliviaba con su lengua las llagas del santo.
-Un lametazo de ese perro no alivia a nadie, sino que lo gangrena –explicó un médico, y lo expulsaron.
El 17 de diciembre, día de San Lázaro, a las 6:00 p.m., la señora Gracia vio moverse el muñeco. Avisó al cura, y este pensó que se había vuelto loca. Pero cuando acudió, notó que el santo tenía adelantada la pierna izquierda, y el perro lamía la pantorrilla derecha. El cura revisó viejas fotografías: todas revelaron que era la primera vez que el santo aparecía con el paso cambiado.
Había ocurrido un milagro. Llegaron gentes de la capital, especialistas en arte, delegados del Vaticano y cientos de periodistas. Todos pudieron comprobar cómo el San Lázaro de Vila Fraca había modificado su postura. Con el tiempo, San Lázaro empezó a realizar milagros. Decían que con solo tocar la lengua del perro de madera sanaban las uñas encarnadas de los pies y que, en caso de juanetes o callos, el contacto con la varita del santo era remedio seguro.
13 veces se repitió durante 19 años el cambio de pierna del San Lázaro de Vila Fraca. La última ocasión fue presenciada por una multitud en la que abundaban cojos y patulecos. Así que corrían rumores sobre lo que haría el San Lázaro cuando se cumplieran 20 años de su primer movimiento.
Se decidió que con tal ocasión la santa imagen fuera conducida al Vaticano, donde el Papa padecía un mal en las extremidades. Tan avanzado estaba el mal que desde octubre tuvieron que sentar al Pontífice en una silla de ruedas fabricada para él, con motor, aire acondicionado, sombrilla, equipo de video y consola de internet.
San Lázaro y su perro recorrieron Europa durante meses. Los seguía una muchedumbre a la que en cada recodo se sumaban fieles que aspiraban a ver al prodigio. Aquel 17 de diciembre el Papa esperó a San Lázaro en la Plaza de San Pedro ante 40 mil feligreses. Seis seminaristas depositaron la imagen bendita en el lugar escogido: estaban frente a frente el ilustre enfermo y la famosa imagen. La gente hizo silencio. Las cámaras de televisión transmitían cada detalle. ¡Y el milagro se produjo!
Al sonar las 6:00 p.m. en la Catedral, ¡Lázaro volvió a moverse! Y no sólo se movió sino que, acolitado por el perro, se dirigió renqueando hacia el Santo Padre, llegó hasta él y su mano ensagrentada tocó el albo hábito del Pontífice. Enseguida entregó el cayado al sucesor de San Pedro, y se le oyó decir:
-Le cambio de puesto por un tiempo, Su Santidad: esta caminadera ya no la aguanta nadie. Y todos quedaron paralizados.
