Hace años que estoy tratando de convencer a mis estudiantes de secundaria que no se conformen con la nota de pase tres. Les explico que con la escala de calificación oficial del Ministerio de Educación esta nota de pase equivale a un rendimiento de apenas 50%, el cual es un rotundo fracaso en la universidad.
Advierto, cada día, a mis pupilos que ninguno que esté acostumbrado a trabajar por menos de un tres con ocho (70%) lleva posibilidades reales de sobrevivir a las exigencias universitarias. No lo hago para asustarlos, sino para que sean conscientes del gran abismo que existe entre el sistema de evaluación de la educación media y el de la universitaria y para que cifren sus aspiraciones futuras en sus potencialidades reales.
Quizás usted no entienda de porcentajes, por lo cual le pondré un ejemplo. Si un estudiante es sometido a una prueba de 100 puntos en secundaria y obtiene 50 puntos, este estudiante habrá aprobado con la nota mínima de 3.0. Si el mismo estudiante es sometido a la misma prueba de 100 puntos en la universidad, para decir que ha aprobado deberá sacar 71 puntos. ¿Culparemos al profesor de media de que un joven se haya acostumbrado a pasar con 50 puntos y que no le sea fácil ajustarse a la nueva etapa académica en la que estará 21 puntos por debajo del mínimo esperado? Mis estudiantes se ríen, porque son muy pocos los que llegan a tres con ocho. Me dicen que deje de soñar y que no me preocupe que la Nacional, "como la llaman a la Universidad de Panamá" y la Tecnológica son para los cerebritos y que ya sus padres verán qué hacen para encontrarles universidades al estilo secundaria. Es cuando les comento que no, que lo que el ministerio tiene que hacer es reformular la escala de calificaciones para que, como en otros países, sea más cónsona con las exigencias de la educación superior, aunque al hacerlo corramos el riesgo de no graduar de media a muchos.
No entiendo por qué el rector y el ministro se espantan de que graduados de secundaria no den la talla en la universidad si ya sus notas lo predecían. Una gran mayoría llevan entre tres y tres con cinco en las materias que requieren inteligencia lógica matemática, o sea, el educador de secundaria ya estaba estableciendo un rendimiento bajo en éstas.
Si a ello aunamos, que muchas veces estos tres provienen de medianas o ajustes mágicos para disminuir los porcentajes de fracaso y evitar la intimidación subliminal que pudiesen ejercer otros colegas, directivos y las asociaciones de padres de familia, llegamos a la conclusión de que estamos entregando títulos a personas con menos de cuarenta y cinco por ciento de aprovechamiento, o sea menos de una F universitaria. O con una G, si existiera.
No quiero decir que no haya que reformular el sistema educativo. Hay que hacerlo, pero no se trata de enviar a los profesores vergonzosas órdenes de preparar a los muchachos en los esenciales mínimos universitarios como si hubiésemos estado echándonos fresco. En clases les dimos estos y más. Se trata de que cada uno sepa desde el principio qué es lo que están diciendo sus calificaciones, porque a la hora de la hora no son los contenidos sino los valores como la responsabilidad, trabajo diario, disciplina interior y organización los que definen el éxito de una persona y, en estos valores, trabajamos no el día de una prueba de ingreso, sino todos los días del año, todos los años.
