Las vacunas representan la estrategia más barata e impactante en salud pública. Aunque agua potable, antibióticos y sales de hidratación oral han propiciado enormes progresos para el bienestar de la humanidad, la vacunación es la mejor inversión sanitaria que existe y, junto a la nutrición, la mejor manera de sacar a los niños del círculo vicioso de la enfermedad y prepararlos para recibir una educación que los convierta en adultos felices y productivos. Hace medio siglo, la mortalidad por infecciones prevenibles era abismal. El notable aumento de la expectativa de vida se debe precisamente a la drástica reducción de dichas enfermedades. La viruela fue erradicada, varias morbilidades letales (polio, sarampión, difteria, tétanos) están por desaparecer y otras de relevancia clínica (rubéola, parotiditis, hepatitis, meningitis, rotavirus, varicela, tosferina) andan por vías de control en países con modernas coberturas de inmunización.
En un futuro cercano, mejores vacunas estarán disponibles para combatir infecciones causadas por neumococo, meningoco, dengue, herpes, tuberculosis o malaria. Aunque todo producto medicinal ocasiona reacciones indeseables, el riesgo de padecerlas es bajo y la relación beneficio–riesgo es muy favorable. Ahora que vivimos en un mundo más saludable, lejano a afecciones otrora fatales, la gente tiende a resaltar esas adversidades secundarias. No obstante, la vasta mayoría de eventos adversos ocasionados por vacunas son de leve intensidad (fiebre, dolor, induración local, malestar general) y las raras reacciones severas ocurren con probabilidad de 0.1–10 por cada millón de vacunados.
Pese al gran perfil de inocuidad, existen personas que, por anarquía mental, odio a la empresa privada, ignorancia técnica o búsqueda de indemnización, han creado todo tipo de historias maléficas sobre la vacunación. Algunas sectas religiosas se oponen irracionalmente a las vacunas e inundan las páginas del internet con un sinfín de tonterías sin fundamento. Uno que otro médico desfasado o deseoso de salir del anonimato se ha unido también a estos movimientos anti–vacunas. Estos mercaderes del engaño, sicarios de la evidencia científica, han inventado enfermedades provocadas por vacunas. Por ejemplo, la vacuna triple viral con el autismo, el vehículo timerosal con anormalidades neurológicas, la vacuna de hepatitis B con la esclerosis múltiple o la vacuna pentavalente con patología cerebral. Todas estas asociaciones han sido categóricamente refutadas por estudios científicos, metodológicamente bien diseñados, conducidos por organismos independientes, desprovistos de conflictos de interés.
Desde las etapas incipientes de desarrollo, la seguridad de las vacunas se indaga cuidadosamente en estudios de investigación realizados a escala mundial. Después de varios años de experimentos en laboratorios y animales, el producto pasa por rigurosos y éticos estudios en humanos. Cientos de miles de sujetos participan voluntariamente en proyectos destinados a evaluar dosis, seguridad, inmunogenicidad y eficacia. Al superar exitosamente las tres fases de investigación clínica, las vacunas deben ser avaladas por agencias reguladoras (FDA, EMEA, etc.) para optar por licencia de comercialización. Posteriormente, los ministerios de cada país diseñan sus propios esquemas de vacunación. Después de la aplicación masiva, acontece una de las actividades más importantes de vigilancia, para detectar los eventos adversos severos que ocurren con rarísima frecuencia (más de 1:100 mil vacunados) u otros que sobrevienen al vacunar poblaciones que no participaron en los ensayos y que por sus diferencias genéticas, culturales o nutricionales, pueden reaccionar de forma diferente.
La FDA y el CDC tienen un sistema denominado Vaccine Adverse Event Reporting System, en el que médicos, enfermeras, empresas y público en general, comunican todo un repertorio de dolencias, temporalmente acaecidas durante o después de la vacunación. Todas las acusaciones son almacenadas en gigantescas bases de datos para diferenciar causalidad de casualidad y determinar si el evento adverso en cuestión ocurre con mayor frecuencia en vacunados que en no vacunados o controles pareados. Si se detecta una posible relación, estas instancias efectúan pesquisas más estrechas y formulan recomendaciones para proseguir o detener la utilización de cualquier fármaco o vacuna considerados perniciosos. Aunque toda actividad humana es potencialmente falible, la comunidad científica sabe que estas instituciones son extremadamente objetivas y confiables.
Esta semana, se anunció la vacunación contra el virus del papiloma, agente causal del cáncer uterino. Independientemente de la ganancia política por esta pionera iniciativa, es justo reconocerle méritos al presidente Torrijos por la invaluable medida preventiva. La modernización del calendario nacional de vacunación merece elogio colectivo, sin importar afinidades partidistas. Restar crédito a este esfuerzo social traduce egoísmo y oportunismo ruin. En el poco tiempo de su liderazgo, la ministra Turner se ha ganado mi apreciación como jerarca del ramo por su constante gestión a favor del usuario. La vacuna introducida en el sector público se llama Cervarix (GSK). A nivel privado se puede también adquirir la vacuna Gardasil (Merck). Ambos biológicos son de excepcional seguridad y eficacia, atributos recién confirmados en el congreso mundial de infectología celebrado en Washington. Tristemente, ciudadanos sin ningún conocimiento profesional o bajo el sesgo de una moralidad mal entendida, se han dado a la tarea de demonizar estas vacunas aduciendo que son peligrosas o que estimulan la sexualidad temprana de la juventud. Seamos serios.
EL AUTOR ES MÉDICO