En el campo de la seguridad, la creación de la Caja de Seguro Social dio al Estado un rostro humano, responsable, previsor, con un perfil civilizado. Antes de 1941 la asistencia social era parcial, embrionaria, inorgánica. El nacimiento y desarrollo del Seguro Social enfrentó grandes obstáculos, sobre todo de los sectores que lucraban con la salud del pueblo y vieron en la nueva entidad un intervencionismo estatal competitivo. Fueron pocos los médicos que aceptaron inicialmente formar parte del equipo de la nueva entidad.
El presidente Arnulfo Arias y su primer director general, Manuel María Valdés, tienen el mérito de haber protagonizado este gran salto en beneficio de la salud del pueblo.
En materia de prevención y de atención hospitalaria existe un antecedente. Me refiero a la construcción del hospital Santo Tomás, obra colosal en su época que contó con gran resistencia de los adversarios del presidente Belisario Porras.
Entre las realizaciones de la patria vieja relativas a la cuestión social se encuentra la expedición del código de trabajo, 1948, compendio de derechos y deberes, creado para armonizar y tutelar las relaciones obrero-patronales. Este fogonazo histórico, que dio luz al mundo del trabajo, se produjo bajo la administración de Enrique A. Jiménez y fue Hermógenes de la Rosa el maestro de la obra.
Es fácil observar que estas tres iniciativas están destinadas al amparo de quienes necesitan protección. Me refiero, principalmente, a los más necesitados, a los más pobres.
En el día de hoy deseo ocuparme específicamente del Seguro Social. Es una entidad que descansa en la contribución de tres fuerzas, la gubernamental, la patronal y la asegurada. Sin reservas se puede afirmar que el Seguro Social es una institución al servicio del pueblo. Los beneficiarios de los servicios del seguro social son en su mayoría asegurados del pueblo pobre.
Los hospitales del seguro social, por ejemplo, están a la disposición de todos los asegurados, pero sus usuarios mayoritarios son gente del pueblo. Los hospitales del seguro social son hospitales del pueblo. Son los únicos hospitales del pueblo, fundados en el servicio y no en el lucro.
El crecimiento de la población asegurada, el uso indebido de los fondos del seguro por algunos gobiernos anteriores, principalmente por la dictadura militar y por otros males de origen burocrático han mantenido a la institución, casi siempre, en el escenario de la crítica. Pero el asegurado siempre ha tenido la esperanza de que los servicios mejoren, sin bajar la guardia fiscalizadora.
En la actualidad la esperanza se ha roto y la desconfianza permanece en el espíritu de los usuarios. Una carga homicida, por acción o por omisión, ha espantado a toda la comunidad y entre el dolor por las víctimas pobres y la indignación, el asegurado ha perdido la fe en el Seguro Social del pueblo, en los hospitales del pueblo.
Sobre los escombros del desprestigio debe edificarse una nueva fe. Esa debe ser la tarea de todos; del gobierno, de los empleadores, de los asegurados y de toda la sociedad. El asegurado debe recobrar su seguridad, su confianza en los hospitales del seguro, en los hospitales del pueblo.
Para recobrar esa confianza debe darse un primer paso con urgencia muy notoria. Las investigaciones deben culminar prontamente con nítido señalamiento de los autores materiales de todo lo ocurrido. Sin este señalamiento no se recobrará la confianza porque el asegurado no sabe si los autores de la perversidad aún permanecen en casa. ¡A lo mejor nunca han estado en casa!
Resuelto el problema de las responsabilidades los tres pilares del Seguro Social deben iniciar un proceso de perfeccionamiento de todos los servicios que brinda la institución. Los asegurados deben aglutinarse en grandes organizaciones para contribuir mucho más al buen funcionamiento de la Caja.
A mi memoria llega el recuerdo de una experiencia vivida en Caracas. Viajaba en el Metro, vehículo que diariamente transporta cómodamente a miles de caraqueños a sus centros de trabajo y a otros sitios. Me llamaba la atención la pulcritud o aseo imperante.
De pronto observé a un pasajero que limpiaba con su pañuelo la puerta del Metro. Le pregunté si era empleado del Metro. Me contestó que no y me agregó: "el Metro es nuestro transporte diario, el Metro es el Cadillac del pueblo y debemos cuidarlo".
Parodiando a aquel venezolano debemos luchar por conseguir que los hospitales del Seguro Social, sean los Paitilla y los San Fernando del pueblo. De no hacerlo se procurará la proliferación de los hospitales privados, se desprestigiará la seguridad pública y los adelantados de la privatización del Seguro Social tomarán nuevos aires e ímpetus.
Reitero, una vez comprobada la autoría directa en las acciones que produjeron tantas muertes humildes, debe iniciarse una firme y generosa campaña para devolver al asegurado la confianza en la superior entidad estatal de seguridad social.
