En estos días, con motivo del aniversario de la muerte trágica del presidente Salvador Allende, la televisora estadounidense CNN, con el fin de demeritar el significado de aquel hecho luctuoso, afirmó que los sucesos del pasado solo interesan a los viejos. Para darle firmeza a semejante especie, fueron interrogados algunos jóvenes chilenos quienes afirmaron que desconocían el significado histórico del 11 de septiembre de 1973 y que a ellos solo les preocupaba el futuro de su patria.
Es obvio que la respuesta de los jóvenes era fruto de una ficticia entrevista, porque no hay un espíritu más alerta, sesudo y fundado en el conocimiento de su historia que el espíritu de la juventud chilena. Una sociedad educada como la de ese país austral no puede rendirle culto a la amnesia. Si algo me llamó la atención cuando visitaba hogares amigos en Santiago de Chile es que todos poseían bibliotecas llenas de valiosos libros. De modo que proyectar la imagen de una juventud insensible ante los sucesos dramáticos de su patria, constituye una agresión profanadora de las cualidades culturales de la juventud y el pueblo de Chile. Además, la entrevista televisada desconoce la calidad cultural del hogar chileno y las infraestructuras políticas de sus universidades. Es un hogar que tiene muy presente su historia patria, el papel de sus héroes y de sus estadistas. Las jornadas que dieron realce a la nacionalidad chilena son vividas con orgullo. En los grandes desfiles conmemorativos de sus fechas clásicas y en las festividades populares organizadas con tal motivo, el hogar de esa nación siempre se ha vestido de gala y de singular patriotismo. Aquel roto chileno que presenció un desfile en Nueva York un 4 de julio y que deslumbrado preguntó ¿cómo será aquí el desfile del 18 de septiembre?, día de la independencia de Chile, simplemente creyó universal el día de la emancipación de su patria y naturalmente lo identificaba con los grandes acontecimientos de la humanidad.
Las mismas infraestructuras políticas de las universidades chilenas niegan la encuesta de la CNN. Las juventudes universitarias están afiliadas a las distintas colectividades políticas existentes. La juventud socialista, la demócrata cristiana, la radical, la conservadora, etc., siempre han levantado sus banderas sin eufemismos e hipocresías en el seno de la universidad. Esa práctica es de alta pedagogía cívica, porque enseña al universitario a convivir como amigos dentro de la diversidad política. Es una juventud tan politizada y tan consolidada en el conocimiento, que atribuir a un joven chileno la confesión que no le interesa el pasado, porque lo desconoce, constituye una temeridad del autor del programa de CNN.
No se puede ignorar que a quienes el ayer les resulta un fardo pesado la línea es procurar olvidarlo. A ese olvido solo se llega por la vía de la simulación. Así como hay una amnesia patológica, también hay otra fingida. En el primer caso se sufre de amnesia, en el segundo se goza de amnesia. Es el gozo de los comprometidos penalmente con el pasado. Es el gozo que pretende actualmente sembrar con sus distorsiones la CNN en sus programas mayoritariamente frívolos.
La tendencia a olvidar el pasado responde a la política de la impunidad. Los esfuerzos que algunos panameños venimos haciendo para poner en evidencia la memoria histórica, individual o colectiva, se hacen precisamente para que no triunfe el olvido. En la medida en que esa memoria permanezca lúcida, viva y alerta, no solo gravitarán sobre el país los pedidos de justicia sino que los hechos que lesionaron el espíritu democrático de la nación no tendrán la oportunidad de reeditarse. Precisamente en este extremo, el del olvido, descansa el descaro de tantos actores de las ilicitudes del pasado y que hoy se erigen en fiscales y hasta en jueces de la comunidad. El convencimiento que tienen esos autores de la trampa, de que el pueblo panameño goza de amnesia, amnesia premeditada y por tanto dolosa, es lo que permite vociferar en las calles consignas moralistas teniendo las manos comprometidas con un pasado censurable. En el caso del Seguro Social encontramos ejemplos patéticos de lo que vengo exponiendo. En estos días leí un artículo del valiente ciudadano Carlos Guevara Mann en el que hace memoria de las comisiones que el PRD recibió con motivo del programa de vivienda (1982) que proyectó la Caja del Seguro Social y que culminó en un peculado horroroso por la suma de 90 millones de dólares. Son comisiones concretadas en cheques específicos girados por las compañías corredoras de seguros y que fueron exhumados, tales cheques, por el fiscal delegado doctor Carlos Cuestas Gómez en las investigaciones que se llevaron a cabo y que hoy yacen en el panteón de la impunidad, sin otra pena y sin otra gloria que las que fueron habituales durante la dictadura. Esa exhumación produjo la destitución fulminante del procurador general de la Nación Rafael Rodríguez Aizpurúa y la renuncia solidaria del fiscal Cuestas Gómez.
Si en este país se tuviera adecuada y honesta memoria histórica, otras fueran las consignas voceadas por los manifestantes o tal vez otros serían los cantautores legítimos de las protestas. De allí que el problema del Seguro Social debe ser tratado como un problema de Estado con protagonistas múltiples. Unos deben depurarse previamente, en una especie de catarsis ventral y otros deben olvidar los malos ejemplos, y todos deben llegar a la mesa del diálogo con patriotismo como quien llega a un campo de batalla a defender el honor nacional.
El pasado no debe olvidarse. El recuerdo es una especie de raya que divide la conciencia nacional. Es como la raya que trazó Pizarro para definir en Panamá la conquista del Perú. En la zona del olvido se agitará el país politiquero, el de la triquiñuela; en la zona del recuerdo prosperará el país nacional, el que se inspira en las cualidades honorables y en las mejores tradiciones del panameño.
Así como la auténtica juventud de Chile vive su pasado y se inspira en sus virtudes, de igual manera el joven panameño nunca podrá olvidar lo que laceró el corazón de sus padres, porque vivir ese pasado es la vía dialéctica para recordar siempre el futuro, es decir, para no vivir en el futuro las desventuras del pasado. Vivir recordando el pasado como condicionante del futuro no es una disparidad; es como vivir un espanto que gira en el tiempo, pero sin permitir que caiga en el olvido.
