Edwin Cedeño Especial para La Prensarevista@prensa.com
El actor es un intérprete de ideas, conceptos, sueños e imágenes. Como persona y profesional, es responsable de sus propios códigos y valores, y por ende de aquellos otros que rigen el comportamiento y pensamiento de los personajes que crea. Es un archivo permanente que se actualiza constantemente a través del roce, la vivencia, la indiferencia, la vida y la muerte.
¿Podría un actor con pocos recursos referenciales dar vida interna y externa a un personaje de grandes magnitudes? Paradójicamente, el resultado sería una demostración de las más exquisitas técnicas actorales: "el actor fulano, con una majestuosa presencia escénica, hace amplio despliegue de una voz que llena el espacio cuando saborea cada uno de los textos, bla, bla, bla."
Comprometido ideológica y filosóficamente, el actor acepta con grandes resquemores interpretar el personaje más controversial y ajeno a su experiencia, gracias a esa conciencia sociopolítica de su entorno individual y colectivo que trasciende la memoria emocional estanislavskiana. Nuestras culturas latinoamericanas ensalzan esto: La profundidad temática en las mentes del actor-personaje y su percepción brechtiana del entorno.
Pero, ¿dónde han quedado los esfuerzos de Denis Diderot y Mikhail Chekhov por sistematizar la técnica actoral? La técnica trasciende al tiempo y al espacio, y permite que las convenciones de otras épocas nos cuenten acerca de la historia de la humanidad. No solo por el valor del arte per se , sino por la exploración del recurso técnico a nivel interno cuando entra en conjunción con el espacio.
¿Podría un actor con pocos recursos técnicos dar vida a un personaje de grandes magnitudes? Sorprendentemente, el resultado sería un personaje de mucha profundidad (pero aburrido diría yo). Y es aquí donde introducimos al público. Los procesos creados y articulados sistemáticamente para que el actor pueda crear personajes pertenecen exclusivamente al proceso de creación y raramente son identificables en su resultado final.
Así como el teatro es un arte vivo perteneciente a un sistema social abierto en constante cambio, así mismo es el actor y la sociedad. El actor de hoy es para el mundo de hoy. La forma de pensamiento del actor y la inversión analítica en su proceso de creación debe encontrar un balance para la conjugación de las convenciones textuales y culturales del texto, en armonía con su formación profesional.
Trabajamos una profesión de cuatro mil años de existencia desde la presencia ritualística de Abydos hasta nuestros días. El pasado teatral y dramático nos revela el desarrollo del ser humano y su relación con el arte escénico, y entendemos las formas y los contenidos en su momento.
Pero el actor de hoy, ¿dónde está? En una escuela, en la barricada, en los parques, en el escenario, en la celebración, en la lucha. La educación del actor es la herramienta que articula fondo y forma, concepto y técnica, texto y movimiento.
El teatro de hoy demanda actores preparados y versátiles. El espectáculo teatral no es el rito de nuestros antepasados. Los dioses del ayer han cambiado. El actor permanece. El juglar ha cambiado de nombre, y sigue.
(El autor es director de teatro con 25 años de experiencia en las artes escénicas. Además, es el director de las Artes del INAC).

