Hasta hace dos décadas, las únicas razones por las que la ciudad austriaca de Linz aparecía en los libros de historia eran motivo de poco orgullo para sus habitantes. Aquí pasó buena parte de su infancia y adolescencia Adolf Hitler, y aquí pensaba retirarse con Eva Braun cuando hubiese consolidado su imperio.
Pero desde 1979 esta comunidad metalúrgica a las orillas del Danubio se ha convertido en la capital mundial de la futurología creativa.
En una ciudad marcada por los efectos de la industrialización, Ars Electrónica, el festival de arte y tecnología pionero en el mundo, nació como una declaración de que la tecnología podía ser también inspiradora, emotiva y poética.
En la era del auge de la imagen digital, las músicas electrónicas y la sociedad conectada, el festival austriaco ha sido el primer evento en dignificar el tratamiento de estos fenómenos, cuando buena parte de las estructuras de la cultura y el arte contemporáneo siguen sin saber qué hacer con ellos.
