Hace poco escribí que "la compasión internacional había alcanzado niveles nunca vistos". Y cité nombres de una larga lista de celebridades que, con motivo del atentado a las torres gemelas, el sunami que arrasó al sudeste asiático y el huracán que devastó el sur de los Estados Unidos, habían hecho importantes donaciones a título personal. Dije también que no siempre se necesita un hecho coyuntural para inducir un acto de generosidad. Y me referí particularmente a la donación, en junio pasado, de 31 mil millones de dólares a la Fundación Bill & Melinda Gates, por parte del segundo hombre más rico del mundo: Warren E. Buffett. Mencioné que Buffett no había hecho su donación calladamente, sino en un acto público. Su argumento de que: "queremos que otra gente descubra lo divertido que es donar", inspiró el imperativo con que titulé mi artículo: "Haz el bien y dilo" (Istmo, mes de septiembre, edición no. 12). Casi al final de las mil palabras permitidas, lamenté que, en Latinoamérica, donde las necesidades son apremiantes, la filantropía no se diera a gran escala, como sí se da en el primer mundo. Y hasta aquí esta introducción.
Miércoles, 18 de octubre, 4:00 p.m. Me bajé en la Presidencia y subí las escaleras hasta el Salón Amarillo. Allí se habían congregado muchas personas que, como yo, fueron invitadas a presenciar el momento en que el Presidente y la Primera Dama le impondrían a Martha Stella Clement de Vallarino la orden "Manuel Amador Guerrero", por su trabajo en beneficio de las personas con cáncer. Quienes conocen a Martha Stella saben que la merece. Es difícil cuantificar sus aportes al Oncológico. Porque no solo se trata de las mantas, las batas, las pelucas, las prótesis y los sofisticados equipos de detección gestionados y donados a través de Fundacáncer. Se trata también de las apariciones en medios de comunicación, de las caminatas, del impuesto al cigarrillo, gestionado a nivel de la Asamblea Legislativa. De sus visitas regulares al hospital, de las serenatas que les lleva a los pacientes el Día de la Madre y el Día de la Amistad. Y, sobre todo, de las energizantes transfusiones de optimismo que dispensa a todos a su paso. Pero me estoy dispersando, otra vez.
Miércoles, 18 de octubre, 4:50 p.m. El homenaje transcurría dentro de la normalidad protocolar. Hasta que Martha Stella, muy dueña de sí misma a pesar de las emociones revueltas, se acercó al podio, tomó el micrófono y, luego de dar las gracias con esa vehemencia que es su impronta, se dirigió al Presidente para plantearle la necesidad de contar con más médicos en el Oncológico. Pensé por un instante que lo que venía era una petición. ¡Qué difícil hubiera sido para Torrijos negarle algo cuando la tenía a su diestra, dueña de aquel podio! Pero enseguida sus palabras rectificaron mis pensamientos: "Voy a donar un millón de dólares a la creación de un fondo para educar médicos que le den a otras personas las oportunidades que tuve yo". Un millón de dólares. A título personal. No sé cuántas personas en Panamá han hecho donaciones de esa magnitud. Ni siquiera sé si las han hecho. Pero el gesto de Martha Stella me sorprendió, y desde ese día, no ha dejado de conmoverme y de alentarme. Sé que habrá quienes digan, o insinúen, que su patrimonio le permite tal desprendimiento. Y a esos yo les digo: "espero que así sea, porque no soportaría verla renunciar al lujo de vestirse como si todos los días fueran 18 de octubre". Pero les diría algo más: "tener no es sinónimo de dar. Excepto cuando se trata de gente como Martha Stella Clement de Vallarino".
