En España no hay canillitas, esos personajes tan populares en Panamá que te acercan los periódicos al carro. Temprano en la mañana, cuando llevaba a mis hijos al colegio, le compraba el diario a uno de ellos, siempre el mismo, en el cruce de la Ramón Arias con Vía Brasil. El muchacho, entre luz roja y luz verde, dedicaba unas breves palabras a los conductores, e incluso se daba cuenta si faltaba uno de los viajeros habituales. Es decir, practicaba el trato personalizado en sus relaciones comerciales, y no me extrañó que con el tiempo ampliara con éxito su negocio a un mercadillo ambulante: limones, chayotes, lentes de sol o tarjetas telefónicas.
Pero en España no hay canillitas. Los periódicos se venden en los quioscos, donde los exponen de tal manera que con un solo golpe de vista se pueden leer los titulares de portada de cada uno de ellos. Las noticias nacionales suelen ser las mismas –la actualidad manda–, sin embargo, el sentido del titular varía tanto según la inclinación ideológica o política del medio, que da la impresión de que vivimos en dos mundos distintos: el de la izquierda socialista (ahora en el Gobierno) y el de la derecha en la oposición. Pasa como con el fútbol. O le vas al Barça o al Real Madrid, pero pocos son imparciales. Lo mismo ocurre con las cadenas televisivas: los programas de debate neutralizan un tanto las tendencias, pero por poca perspicacia que tenga el espectador, advierte de inmediato de qué lado está la empresa e incluso los presentadores. Y por eso elige una y no otra. Para escuchar lo que quiere oír.
No obstante, en esta ocasión, matiz más, matiz menos, todos han tenido que rendirse ante la evidencia. El levantamiento del secreto del sumario del caso Gurtel ha dejado al desnudo a un buen número de altos cargos del Partido Popular (entre ellos a Luis Bárcenas, tesorero del partido hasta hace pocos días y todavía senador). Se les acusa de blanqueo de capitales, fraude fiscal, cohecho y tráfico de influencias en las comunidades autónomas donde gobiernan, especialmente en Valencia y Madrid.
De poco ha servido que Mariano Rajoy mirara para otro lado como si la cosa no fuera con él, siendo presidente del partido, y que pretendiera salvarse del coste político con argumentos traídos por los pelos: que si el partido no se ha financiado con ello (lo que está por ver); que si también el PSOE tuvo sus escándalos en la época de Felipe González , o que haya echado mano de la teoría de la conspiración contra policías, jueces o medios de comunicación, todos confabulados, a su entender, para hundirlo.
El asunto es que el Gurtel es, por el número de implicados y las cantidades de dinero movidas, el más escandaloso caso de corrupción de la España democrática. Bueno es recordar en este punto, que la investigación la comenzó el juez Garzón, que justo ahora, como se sabe, será llevado al banquillo de los acusados por intentar esclarecer los crímenes del franquismo. También se sabe que al sistema judicial español le pasa lo que a los rotativos del quiosco. Conviven en él dos países distintos movidos por distintos motivos ideológicos.
Faltan dos años aún para las elecciones generales, pero de momento el panorama político es desolador. El gobierno de Rodríguez Zapatero, desgastado por la crisis económica, el paro, que llega ya al 19%, y el acoso de sus adversarios, no levanta cabeza pese a sus logros en otros campos, como la lucha contra ETA. Por otra parte, la opción de un partido que ha asistido impasible a la corrupción de muchos de sus altos cargos e incluso los ha amparado, como es el caso del PP, no se presenta factible.
Quedaría el recurso del tin marín de dos pingüey, especie de ruleta rusa suicida. O que nos apareciera un Obama, cosa muy poco probable. Lo más seguro es que cada quien vote por los que ha votado siempre: puede que se haya perdido la fe en los políticos, pero no en las ideas que representa cada facción. Hay que intentarlo.
