TRAICIÓN

Tránsfugas: Ramón A. Mendoza C.

Durante los últimos meses, el término tránsfuga, en el ambiente político, se escucha con mucha insistencia, anteriormente era un vocablo poco utilizado.

El Diccionario de la Real Academia le da tres definiciones: Persona que pasa de una ideología a otra; persona que ocupa un cargo público y no lo abandona, al separarse del partido que lo postuló; y militar que cambia de bando en tiempo de conflictos. El transfuguismo no es algo nuevo, históricamente uno de los trásfugas más conocidos fue el general ateniense Alcibiades. Acusado en Atenas, ofrece sus servicios militares a los espartanos enemigos de Atenas, luego se vuelve contra Esparta y actúa a favor de los Persas, archienemigos de Atenas y Esparta y luego, nuevamente, regresa a Atenas, y se vuelve otra vez contra los Persas.

En nuestro patio no tenemos políticos ni militares de la altura de Alcibiades, pero sí tenemos tránsfugas de todas las calañas y baja ralea. Los tránsfugas criollos (y otros especímenes de la fauna política) lo que menos poseen es conciencia ideológica, por lo que el transfuguismo por razones ideológicas es un fenómeno excepcional. La única ideología que profesan estos tránsfugas es mantenerse en el círculo del poder político y utilizarlo como negocio personal. Se aferran al poder como los ostiones se fijan a la roca marina. Esta clase de transfuguismo tiene un componente principal: la traición. Estos tránsfugas, por naturaleza, son traidores y traicioneros. A los tránsfugas militares normalmente se les sanciona con la pena de muerte, lamentablemente, la traición política carece de una sanción similar. Solo el electorado puede sancionarlos no eligiéndolos, como una medida para castigar la inmoralidad y falta de integridad política, pues al cercenarse el derecho a la revocatoria de mandato, solo queda este recurso. El tránsfuga traiciona a su partido y, sobre todo, a su electorado. El tránsfuga se cobija bajo las toldas de un partido, que le apoya e impulsa para ocupar el puesto político correspondiente. Luego, al cambiarse, defrauda al partido que le cobijó y prohijó. Esto ocurre cuando el partido ha perdido la facultad de establecer un vínculo ideológico con el tránsfuga. Este no se siente comprometido ni convencido del camino ideológico de su partido, si es que lo tiene. Traiciona al electorado que lo eligió, porque se postuló bajo el blasón de determinado partido, cuyos miembros deben profesar una convicción ideológica y no una escogencia personal. Se escoge a un candidato porque se supone que es miembro del partido, que comparte la misma ideología del colectivo y de sus integrantes. En el caso de los tránsfugas legislativos, estos justifican su traición, aduciendo apoyo material para sus proyectos, pero los proyectos de los diputados, por ejemplo, deben ser leyes y no letrinas ni aceras, eso es materia de representantes. El talante traicionero de los tránsfugas políticos es tan evidente que, luego del cambio, y al darse cuenta que su voto es necesario para el nuevo huésped político, le imponen condiciones y exigencias para apoyarlo, en eso no se alejan del honorable Alcibiades.

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