El concepto de sistema único de atención ha sido clamorosamente desvirtuado. Decir que la unificación no ha funcionado en otras latitudes es incorrecto. Los modelos de Colombia o Chile no son tampoco de mi agrado. Estos países han entregado hospitales y clínicas a aseguradoras privadas, provocando fragmentación conminuta de servicios, explotación del recurso humano, disparidad entre regiones y laxitud en la rectoría ministerial. Si nos fijamos en Canadá, Escandinavia, Alemania, Japón e, incluso, Costa Rica o Cuba, los patrones únicos se traducen en mejores índices sanitarios.
Unificación es que todo panameño, sin distingo de condición socioeconómica, pueda ser atendido en cualquier instalación pública, con idéntica calidad. Estratificar por clase sanitaria, según poder adquisitivo, viola preceptos éticos básicos. El Hospital del Niño ha maniobrado siempre bajo una estrategia unificadora, con notable fluidez y transparencia en la gestión. Recientemente, se han puesto restricciones al infante beneficiario para manejarse en este nosocomio pediátrico, medida claramente contraproducente. La opción de la medicina privada debe responder únicamente a deseos de hotelería (comodidad, privacidad), lujo (cirugía cosmética) o confianza (médico exclusivo), pero nunca en mejor manejo de patología.
Unificación es evitar duplicación de actividades, situación que despilfarra dinero innecesariamente. En una nación pequeña, resulta ilógico efectuar estudios sofisticados o cirugías complejas en varios lugares. Trasplantes, tratamientos de cáncer, operaciones cardiovasculares o cuidados geriátricos deben ejecutarse en unidades especializadas únicas, dotadas de recursos de prístina categoría. El personal debe adiestrarse en los grandes avances que han ocurrido en el campo de enfermedades crónicas, más frecuentes por la mayor longevidad actual.
Unificación es lograr digitalización de citas, expedientes, laboratorios, radiografías y terapias. La compra de tecnologías y medicamentos debe desarrollarse de manera compartida. La sistematización permitiría acceder a la información médica de pacientes, independientemente dónde estos se atiendan. Este instrumento informático evitaría repetir exámenes costosos, aceleraría la evaluación de casos y reduciría el influjo de enfermos hacia hospitales de referencia. La adquisición única de insumos o fármacos reduciría precios y promovería el uso de protocolos estandarizados, en cualquier rincón del territorio nacional.
Unificación es mejorar el control del trabajador sanitario para optimizar ubicación, estabilidad, entrenamiento, incentivos y cumplimiento. Se deben dar estímulos generosos para lograr mayor compromiso e identificación con la entidad laboral. El profesional está mal pagado. El médico, por ejemplo, estudia intensamente por 12-15 años (universidad, internado, residencia, subespecialidad) y solo alcanza permanencia después de los 40 años, con salarios de mil a 2 mil dólares mensuales durante esa prolongada fase de especialización. Muchos panameños, sin tanto esfuerzo ni responsabilidad, gozan de emolumentos superiores, a menor edad. Esta paradoja causa profunda desmotivación y apatía. Deben crearse fórmulas ingeniosas, basadas en atención, academia e investigación, para subir ostensiblemente el sueldo y disponer así de facultativos implicados en la vocación del servicio público.
La unificación no induce privatización. Los procesos únicos son mejor fiscalizados y regulados. La mora en citas y cirugías puede aliviarse mediante armónica cooperación entre instalaciones. Mi posición sigue inmutable. La salud debe permanecer en el ámbito público. Tampoco debemos, empero, demonizar el término privatización. Hay herramientas útiles en la sanidad pública (análisis de costos por beneficio o efectividad, incentivos por productividad, mercadeo social). Además, conviene externalizar algunos servicios en beneficio del usuario. Es más, la ineficiencia del sistema, debido a anomalías administrativas, escasez de insumos, indiferencia, favorece la privatización, promueve la migración a la medicina privada, buscando simpatía y solución. El Minsa debe abandonar la atención, traspasándola a una entidad estatal autónoma o a la CSS, para ocuparse de las múltiples tareas de rectoría que requieren dedicación. El Estado debe proveer óptima financiación por los sujetos no asegurados. La CSS debe dejar de ser botín de los gobernantes, quienes la han convertido en un tumor maligno, con metástasis y para extirparlo urge despolitizar, desclientelizar y desgremializar el sistema. La CSS debe dividirse en 3: salud, riesgos profesionales y pensión/invalidez, cada una con dirección y gerencia propias.