Junto al suministro de agua potable y al advenimiento de los antibióticos, pocas intervenciones sanitarias han impactado tan positivamente a la humanidad como la vacunación. Es, sin duda, una de las mejores inversiones sociales que existe, con una relación costo–beneficio extraordinariamente favorable. Cada dólar gastado en prevención se traduce en miles de dólares ahorrados en servicios médicos necesarios para recuperar la salud perdida por esa enfermedad evitada. Una gran porción del incremento en la expectativa de vida durante los últimos 50 años se debe precisamente a la erradicación o minimización de enfermedades infecciosas (viruela, polio, sarampión, tosferina, difteria, tétanos) mediante la aplicación universal de inmunizaciones. La vacunación constituye una herramienta poderosa en el combate a la pobreza, porque una niñez que crece sana se alimenta y educa mejor. El alcance de los objetivos del milenio descansa, en buena medida, en esta estrategia preventiva.
Panamá cuenta con un esquema de vacunación envidiable para muchos países de la región. No obstante, todavía puede y debe ser mejorado substancialmente. Nuevas vacunas han sido optimizadas para reducir eventos adversos secundarios (tosferina acelular, polio inactivado), otras han sido desarrolladas recientemente para prevenir enfermedades ampliamente conocidas (varicela, infección por neumococo, hepatitis A, rotavirus, HPV), otras están siendo producidas para combatir infecciones emergentes (influenza A(H1N1), malaria, dengue) y otras aparecerán en el futuro para enfrentar epidemias crónicas (herpes, tuberculosis, sida). Espero que, durante la administración Martinelli, el país incorpore la vacunación universal contra varicela y neumococo, adopte las vacunas de tosferina acelular y polio inactivado e inmunice contra la nueva gripe. Antes de la implementación, sin embargo, se requiere un análisis riguroso del sector técnico (Conapi, asesores en salud pública, infectología, epidemiología, pediatría, enfermería) para definir las metas perseguidas.
Tomemos, por ejemplo, el caso de la influenza A(H1N1). Debemos, primero, disectar la realidad epidemiológica de la gripe en el país y ajustarla a propósitos específicos. Debido a la limitación en el abastecimiento mundial de vacunas, habrá que establecer grupos prioritarios a ser inmunizados. Si el objetivo es mantener el funcionamiento de la infraestructura crítica nacional, la vacunación de personal vital será prioridad (cuerpos de seguridad, gabinete gubernamental, personal de salud); si el objetivo es reducir defunciones, se deben vacunar las personas más vulnerables a complicaciones y muerte (embarazadas, asmáticos persistentes, cardiópatas, obesos, desnutridos, fumadores); si el objetivo es diezmar la transmisión comunitaria del virus, el abordaje debe incluir a los niños que acuden a centros educativos (lactantes y escolares). A mi juicio, como la enfermedad es todavía leve en la población general y evidencia reciente sugiere cierta protección cruzada por la vacuna de gripe estacional, el enfoque inicial debe dirigirse a grupos de riesgo, personal sanitario y cuerpos de seguridad del Estado. La población restante podría recibir la vacuna convencional.
Un segundo ejemplo sería la vacunación antineumocócica. Desde hace casi una década, se dispone en el mercado privado de una vacuna contra siete tipos de neumococos, gérmenes causantes de meningitis e infecciones respiratorias graves. Acaban de aparecer dos vacunas más potentes que pronto estarán accesibles a nivel mundial para su utilización rutinaria. Panamá deberá elegir entre una de estas para inmunizar a sus habitantes de forma gratuita. Esta decisión deberá basarse en datos sobre la carga de enfermedad causada por este microorganismo, tipos de neumococos que circulan localmente, importancia de la infección de oídos en nuestros niños, precio comparativo de ambas vacunas y estudios de costo en relación a beneficio, efectividad y utilidad.
Panamá no ha podido disminuir la tasa de mortalidad infantil de forma substancial en la última década. Mientras seis países americanos (Canadá, Cuba, EU, Puerto Rico, Chile, Costa Rica) tienen tasas menores a 10 muertes por cada mil niños menores de un año de edad, nosotros seguimos con cifras superiores a 15 por mil. Si nos ocupamos de la atención de niños indígenas, dirigimos esfuerzos a la atención perinatal del binomio madre–neonato y modernizamos el esquema de vacunación, la meta estará a nuestro alcance. Confío en que este ministerio lo logre. Lo contrario, se llama fracaso.