¿Que tal si hoy hablamos de lectura? Esa maravillosa actividad que la imagen en movimiento en todas sus modalidades (blanco y negro, color, plasma, LCD, DVD, VHS, cable, satélite, iPod, Zune, Blueray, etc…) insiste en retar y que aún no ha podido sustituir por más que se esfuerce. Poco a poco le gana algo de terreno, pero aún es mucho más lo que se puede lograr con tinta sobre papel que con rayos catódicos. Además, la lectura es barata, portátil y no requiere de electricidad ni tecnología "de punta" (¿quién habrá inventado semejante palabra?) para disfrutarse. Desde que Gutenberg inventara la imprenta, hace ya muchos siglos, la palabra escrita no ha sido aún reemplazada como la más eficiente manera de entretener y transmitir conocimientos.
En nuestro medio, aunque no sea óptima la oferta, hay libros hasta en las farmacias, lo que pone al alcance de casi todos la oportunidad de ejercitar algo la materia gris. Tenemos librerías "formales" como El Hombre de la Mancha, ExedraBooks, la Cultural Panameña, la Menéndez y la tradicional Librería Argosy donde seguimos consiguiendo buena lectura con orientación de parte de personas con muchos años de experiencia que conocen bien su trabajo.
La Biblioteca Nacional constituye un tesoro invaluable que muchos no tienen siquiera idea de que existe. Comenzando por el valor intrínseco que tiene una hemeroteca que contiene todas las ediciones de periódicos de la historia nacional hasta las constantes inclusiones de material de investigación y literatura contemporánea. Aprovecho para rendir honores al silencioso trabajo que realizan los miembros de la Fundación Biblioteca Nacional (que por cierto está de aniversario) para mantener este centro de sabiduría y todas sus extensiones a la altura de las circunstancias.
Las escuelas privadas hacen un intento para estimular la lectura en los niños desde edades tempranas (que es cuando se adquiere el hábito) tratando de competir con los estímulos tecnológicos que representan los más de cincuenta canales de televisión del cable y la avalancha de videojuegos que invaden nuestras pantallas. Sería ideal ver a un niño que prefiriese manosear un libro que apretar botoncitos en una pantallita que podría dejarlo un poco sordo, un poco ciego y totalmente idiota. Sin embargo, las escuelas públicas no ofrecen mucho en este sentido, lo cual es preocupante, pues se trata de niños que, por lo general, tienen menos acceso a libros y revistas con valor literario.
Otro intento interesante es la Feria del Libro, aunque debo reconocer que este año me desilusionó ver que no había el entusiasmo que pude percibir en años anteriores en las salas de exhibición (entiendo que las conferencias tuvieron buena concurrencia). La Cámara Panameña del Libro parece haber agotado el dinamismo y excelencia de las dos versiones anteriores. Probablemente llegó el momento de propiciar un relevo en el formato y organización de la feria. Me pareció poco alentador el exceso de libros de "autoayuda" que solo resolverán los problemas de quienes los escribieron mientras que la oferta literaria era relativamente pobre. Así mismo, es conveniente que se considere poner guías quienes orienten al asistente de acuerdo con sus intereses particulares. Estas personas no deben ser vendedores, sino lectores (no necesariamente eruditos) que permitan, especialmente a los jóvenes, saber un poco más de lo que ofrece la feria. Como dije hace unas semanas, es triste que, cuando se vendía la edición conmemorativa de Cien Años de Soledad en ocho dólares, la gente prefiera comprar Sin tetas no hay paraíso y Cómo mandar a la gente al carajo.
Pero, antes de que se me acabe el espacio, quiero comentar el porqué del título de hoy. Aclaro que no pretendo ser "crítico literario" ni mucho menos. Simplemente doy mi opinión sobre un libro que acabo de terminar de leer (me devoré las últimas doscientas páginas de una sentada) y que se llama Vaticano 2035.
Antes de que salgan los de siempre a llamarme hereje o alguna otra tontería, aclaro que es una novela y que, como tal, es ficción. Nada de lo que dice es, ni tiene que llegar a ser cierto, pero es un libro que me pareció estimulante, entretenido y bien escrito. Su autor utiliza el seudónimo de Monseñor Pietro di Paolo y cuenta la supuesta biografía de Giusseppe Lombardi, un italiano que llega a ser el papa Tomás I y que rige los destinos de la Iglesia católica hasta el año 2035. Con un estilo ligero y ameno, cuenta lo que ocurre después de la muerte de Juan Pablo II. El autor escribe en tercera persona desde su supuesto cargo de secretario privado de T-1. Así mismo, en la contraportada dice que "el autor ha utilizado este nombre debido a que su alto cargo en la Iglesia católica no le permite utilizar su nombre verdadero", lo cual suma un elemento interesante a la fórmula.
El libro narra la vida de este personaje ficticio durante los pontificados de los cinco papas posteriores a JP-2. Presenta claramente la seria pugna que constituye dentro de la iglesia (o mejor dicho las iglesias) y que involucra las profundas diferencias entre grupos ortodoxos conservadores y los cada vez más abundantes reformistas, los tradicionales temas del celibato, la ordenación de la mujer, la sexualidad, la bendición de las uniones de pareja (sin sacramentos) y la compleja relación que existe entre religiones, son abordados a lo largo de las más de seiscientas páginas de la novela. A manera de avance puedo decirles (sin afectar la trama de la obra) que T-1 tiene dos hijas, nunca asistió a un seminario y vive una vida sirviendo más de mediador que de "guía espiritual".
Al margen de que es una lectura amena, creo que pudiera servir para que mucha gente entendiera que las instituciones no necesitan aferrarse a fanatismos ni a ortodoxias extremas y que se puede utilizar la fe (que insisto es una decisión personal, íntima y que no debe ser impuesta a nadie ni por la educación escolar ni por leyes estúpidas) como elemento real para unir a los seres humanos y no para propiciar odios y divisiones.
Sea este o cualquier otro libro, no dejemos que se pierda el fabuloso hábito de la lectura e inculquémoslo a los jóvenes, recordando aquella canción infantil que todos cantamos alguna vez y que decía: "de todos mis amigos… el libro es el mejor…"
