Veneno a todo color

Veneno a todo color
“Atelepus zeteki”, también conocida como ranita dorada. Esta fotografía fue tomada de una población ya desaparecida en Cerro Azul.

Esta falta de discreción, sin embargo, no es una provocación sino una advertencia. La mayoría de los insectos y anfibios que exhiben hermosos colores llevan en su cuerpo toxinas que matarán a sus depredadores. Y estos lo saben.

A este grupo de animales que utilizan el color como una táctica de defensa, pertenecen las ranitas venenosas de las familias Bufonidae, que incluyen entre sus miembros a los comúnmente conocidos como sapos, y Dendrobatidae. Varias especies de ambas familias se encuentran distribuidas en las áreas protegidas y bosques húmedos de Panamá.

Bocas del Toro, por ejemplo, es especialmente rica en especies del género Dendrobates, ranas muy pequeñas que se caracterizan por sus colores llamativos y que tienen sustancias tóxicas en la piel; mientras que las famosas ranitas doradas —cuyo nombre científico es Atelopus zeteki— viven en las tierras altas de Coclé. Emparentadas con los sapos, estas ranas amarillas pintadas con manchas negras, son la prueba de que no hay que ser una dendrobate para entrar en la categoría de “altamente venenosa”.

“Morfológicamente, y según estudios moleculares, las ranas doradas están más relacionadas con los Bufos“, explica Roberto Ibáñez, biólogo especialista en zoología e investigador asociado al Instituto Smithsonian de Investigaciones Tropicales. “La producción de toxinas se ha desarrollado en varios grupos de forma independiente y usualmente las especies coloridas son las que tienen veneno”.

Las ranitas, sin embargo, son perfectamente manipulables por los seres humanos. De acuerdo con Ibáñez, la persona tendría que ingerirlas o que el veneno pasara de alguna forma al torrente sanguíneo para que se viera afectada por la toxina. Además, el veneno de las especies que habitan en Panamá, no es tan tóxico como el de aquellas especies que viven en Suramérica. Sin ir muy lejos, la rana más venenosa del mundo, Phyllobates terribilis, habita en la región del Chocó, en Colombia.

Pero, ¿de dónde obtienen estas pequeñas criaturas el veneno?

A diferencia de los sapos, que producen sus propias toxinas en las glándulas paratoideas, los compuestos tóxicos que las ranitas llevan en la piel (alcaloides en la mayoría de los casos), vienen de su dieta, es decir, de los insectos que ingieren para alimentarse.

“Originalmente se pensaba que ellas fabricaban su propio veneno”, explica el investigador. Sin embargo, estudios hechos en Panamá en los que se alimentaron algunas ranas Dendrobates auratus criadas en cautiverio, unas con Drosophilas (género de insectos cuya representante más popular es la mosca de la fruta) y otras con insectos que provenían de la hojarasca del Cerro Ancón (donde habita esta especie de rana), probaron que las primeras no desarrollaban las toxinas, mientras que las segundas sí.

“Se ha detectado que esas toxinas también se encuentran en algunos insectos. Así es que es muy probable que, a su vez, vengan de la dieta de estos”, dice Ibáñez.

Una posibilidad que para algunos investigadores es casi una certeza. Todd Capson, bioquímico y también investigador asociado al Instituto Smithsonian, explica que si bien no se ha comprobado que las toxinas sigan la cadena planta-insecto-rana, en su opinión, no cabe duda de que es así.

Después de todo, los alcaloides son compuestos de origen natural que se encuentran casi exclusivamente en las plantas, e insectos como los gorgojos, uno de los tantos que forman parte de la dieta de las ranas, comen plantas.

Si ello es así, no parece que ni insectos ni ranas tengan la necesidad de procesar en sus propios organismos compuestos químicos de estructura molecular tan complicada como lo son las toxinas, sino que simplemente las asimilan.

“Es improbable que el animal metabolice el compuesto que adquiere en la dieta”, dice Capson. “Según los procesos evolutivos, no tiene sentido que una cosa que ya funciona se complique”.

Conservación Las ranitas venenosas viven en las regiones neotropicales y su hábitat es el bosque húmedo. Como habitantes de un ecosistema muy específico, su función en la cadena alimentaria es controlar las poblaciones de insectos, si bien su veneno fue muy utilizado por los indígenas de la región para envenenar sus flechas.

De acuerdo con Roberto Ibáñez, Panamá aún puede decir que sus poblaciones de ranas están en buen estado, si se la compara con otros lugares de América. Pero tampoco es una situación para tirar cohetes. Mientras las especies de la región central de Panamá parecen gozar de buena salud, las que viven en Bocas del Toro y Chiriquí empiezan a estar gravemente amenazadas. La Atelopus chiriquiensis, que solo se encuentra en las tierras altas de estas dos provincias y en la parte adyacente a Costa Rica, “aparentemente está bastante diezmada y terminará por extinguirse si continúa este problema”, asegura Ibáñez.

Y el problema puede deberse a un hongo patógeno que ha afectado las poblaciones de ranas en la región de Fortuna, aunque esto podría ser solo una de las razones. Otra es el calentamiento del planeta que trae cambios climáticos y que hace que ciertas áreas sean más secas. Así, las ranas están desapareciendo de sus lugares habituales.

Amenazadas también están las famosas ranitas doradas, que han pagado caro el precio de su popularidad. “En el caso de la Atelopus zeteki, creemos que la deforestación y la contaminación de los ríos son las principales razones por la que desapareció en El Valle de Antón. Y ahora, por la recolección de ejemplares para venta como mascotas”. Un situación que para Ibáñez es quizás más grave que la destrucción del propio hábitat.

“Actualmente, el enemigo número uno de la ranita dorada es el hombre”, dice el investigador. Porque ni siquiera se ha encontrado que las ranas venenosas, en general, tengan muchos depredadores en el bosque. Según explica el biólogo, en el caso del género Atelopus no se conoce ningún depredador, excepto una mosca que pone sus huevos en el dorso de la rana. Al salir las larvas, estas se meten en la piel, luego en los músculos y devoran a la rana por dentro, escapando de esa forma a las toxinas.

“En el caso de las Dendrobates, se ha visto algunas serpientes que se alimentan de ellas; al parecer un par de especies sí pueden manejar el veneno”.

Es mucho, sin embargo, lo que todavía falta por saber sobre la situación en la que se encuentran las ranas venenosas en el país. De hecho, Ibáñez está involucrado en un proyecto de investigación, conocido como Proyecto Rana Dorada, cuya finalidad es conservar esta especie por medio de los estudios de campo y la educación.

Apenas un esfuerzo de los que todavía podrían hacerse para conservar estas especies que tienen la costumbre de exhibir su veneno a todo color.

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