Mientras en nuestro país no se legisle con seriedad en lo que respecta a los viajes presidenciales, los presidentes “poco importa” e irresponsables se aprovecharán en compañía de sus familiares y amigos del placer de viajar de gratis, sin rendir explicación. A pesar de existir la ley detransparencia.
No tengo la menor idea si existe alguna ley que controle el número de viajes de un presidente, y los topes de dinero que deben de gastarse en cada periplo. De lo que sí estoy completamente seguro es que gastarse 28.6 millones en viajes es una cifra inaceptable. Más para un pueblo pobre como el nuestro, donde aún mueren niños por inanición, vomitando parásitos por cuanto orificio tenga el cuerpo.
Si vemos la cifra de 28.6 millones como una inversión, que debería ser el propósito de los viajes, más los intereses que genere, y vieramos que esa inversión retorna al pueblo en obras sociales, no tenemos motivo para quejarnos.
¿Qué debemos hacer como sociedad ante tan abominable derroche de insensibilidad y desfachatez por parte de nuestros gobernantes? Más aún, cuando ya el dinero se gastó y los suvenires cuelgan de las paredes de las casas de los viajeros infatigables. En mi opinión, se debe de exigir al presidente, antes de viajar, lo siguiente: propósito de la misión, costos, lista de acompañantes y el rol que desempeñara cada uno de ellos, ¿qué beneficios a futuro obtendremos de dicho viaje? Lo anterior, debe hacerse mediante una ley que regule estos excesos, el poder presidencial no puede ser una licencia que le brinde poderes absolutos. Alguien tiene que servir de freno ante tanto derroche. Y este rol le compete a la Asamblea Legislativa.
El récord de viajes establecidos por el señor Martín Torrijos no debe de ser superado por ningún otro presidente, procuremos con buenas leyes que ese récord quede ahí congelado en los libros de la historia. Como un ejemplo y advertencia para las generaciones futuras, para que comprendan la etimología de la palabra abusar de la confianza de un pueblo. Confianza otorgada en las urnas, que los viajeros infatigables nunca supieron valorar.