PANDILLERISMO.

Víctimas de la violencia callejera

Hace unas semanas me lo encontré en la calle y me dijo: "Amiga, ¿le limpio la playa?". Todos los martes venía con sus amigos a pedirme que los dejara limpiar la playa y así ganarse unos dólares "para comprar ropa". Al final yo accedía al ver el entusiasmo conque quitaban toda la basura que tira la gente y que, por el movimiento de las mareas, se queda en la playa Santo Domingo. El evento de los martes se convertía en un juego para ellos, pues cuando finalizaban su labor se quedaban a jugar y a bañarse. Kevin gozaba y reía, yo lo veía disfrutar con gusto de esas tardes. Era un niño de ocho años que pasaba más tiempo en las calles de San Felipe que dentro del cuarto, pequeño y oscuro, que compartía con el resto de su familia. Pero sus limitaciones económicas no le quitaban el sueño, soñaba con días mejores y buscaba la manera de sobrevivir haciendo amistad con todos en el barrio. A algunos los llamaba papá; a otros, tío; y a mí, amiga. Todos veíamos en ese alegre niño la esperanza y los sueños que tuvimos en nuestra niñez.

Hace unos días me enteré de la muerte de Kevin. Un pandillero buscando a otro había llegado hasta su casa y, quizás malhumorado por no encontrar a la persona que buscaba o quizás accidentalmente, mató a tiros al inocente niño.

Lamenté no poder estar ahí, pero igualmente me llené de ira ante una sociedad que mira hacia un lado cuando un ser tan maravilloso como ese niño muere de una manera tan incomprensible. Kevin vivía en un mundo en donde las pandillas forman parte del acontecer diario y en el que las armas son parte del mobiliario. Pero aun así asistía a la escuela, hacía sus tareas y buscaba superarse como cualquier otro niño de su edad. ¿Qué injusticia había hecho que Kevin tuviese que luchar tanto para sobrevivir las hostilidades de su entorno? Me reprocho por no haber hecho más por él cuando tuve la oportunidad... Ya es tarde. ¿Cuántos niños más deben morir para que nos demos cuenta de que el futuro de nuestros hijos está aquí y ahora? Kevin murió, porque a nadie le importa revertir la suerte de los niños que están a merced del pandillerismo y de la violencia. Algunos buscan la seguridad encerrándose en complejos cada vez más aislados, para dejar la pobreza al otro lado de la muralla.

Ahora me pregunto, qué puedo hacer yo, una simple ciudadana, para cambiar esto. En honor a todos esos niños que viven y mueren por la violencia y, especialmente en honor a Kevin, les pido que miren un poco a su alrededor y piensen que los problemas de nuestra sociedad no se solucionan con la donación de un "cuara" en el semáforo; se solucionan involucrándonos como ciudadanos responsables, ya que la violencia y la pobreza van unidas de la mano, y nuestra participación debe ser proactiva en la búsqueda de un mejor futuro para todos los ciudadanos.


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