CUANDO DE FE SE TRATA.

Voces del más allá

A raíz de una serie de artículos sobre las diferentes religiones y creencias, he decidido contar la impactante experiencia que tuve cuando murió mi madre.

Comienzo con las dudas de mi juventud, sobre si existía un Dios justo y bondadoso, al ver cómo sinvergüenzas y pícaros triunfaban en esta vida. Conversando con mi padre sobre estos temas, me explicó: hay misterios que la mente humana no tiene la capacidad de entender; por ejemplo, pensemos en el universo. Es infinito o es finito. Si es finito, ¿Cómo puede sostenerse en el espacio? Eso no es posible. Por otro lado, pensemos que es infinito, es decir que nunca se acaba, que hay más estrellas y planetas sin fin, que nunca conoceremos, pero ¿Cómo puede ser infinito? Tampoco eso es posible.

Luego mi padre me preguntó: ¿Crees posible que con la explosión de una imprenta, pudiera editarse un diccionario o un libro cualquiera? Si se formara aunque fuera una palabra como mamá, o Panamá, ¿No saldría acaso en el libro de récords? Pero supongamos que como consecuencia de esa explosión se editara un cuento sencillo. ¿Acaso eso es comparable con la sabiduría que encierra un cuerpo humano? Si pensamos solo en lo que es una uña, encontraremos un proceso maravilloso de vida y renovación. ¿Cuánto más no hay en la vida de los humanos, los animales, las plantas, el agua, la tierra, la polinización, la lluvia, el sol, la luna, las estaciones, los componentes del suelo, además del deseo implícito en el cerebro del hombre para buscar, probar, descubrir, desechar, avanzar, investigar, comparar, amar... ? ¿Cómo podemos creer que venimos nosotros, y todo lo que existe en el mundo, de una enorme explosión ocurrida hace millones de años?

Paso ahora a contar lo que viví al morir mi madre. Ella sufría del corazón y tomaba sus medicinas con regularidad, pero le había llegado su hora. Un 19 de julio le dio un infarto en la madrugada. Su médico de cabecera, solo le recomendó reposo, pero el cardiólogo exigió hospitalización. Al visitarla en la prima noche, quedé alarmado cuando la encontré con oxígeno y semiinconsciente. Más tarde comenzó a llamar a sus hijos, uno a uno y luego quedaba en un letargo absoluto, como dormida. Una de mis hermanas que vivía en Chitré no llegaba, y mi madre la llamaba cada vez que abría los ojos. Cuando por fin llegó, cerca de medianoche, ya dejó de llamarnos. Había caído en coma, y empezó a llamar así: ¡PAPÁ, MAMÁ! repitiendo la llamada por ratos, hasta volver a quedar inconsciente. Cada tanto tiempo abría los ojos y preguntaba ¿Que hora es? Al recibir la respuesta caía otra vez en su letargo y volvía a llamar a sus dos padres, muertos hacía muchísimos años. Este hecho se repitió continuamente, primero la llamada insistente a sus padres, luego la pregunta de la hora, hasta que le dije: ¡son las cuatro y cuarto! Entonces exclamó, con voz fuerte: ¡ YA ME VIENEN A BUSCAR! Y dejó de respirar.

Esta historia se la conté al brillante y eficaz médico investigador Dr. Xavier Sáenz Llorens, pero sigue tan irreverente como siempre, con su burla a quienes creemos en un Dios y en otra vida. Siento dolor por quienes carecen de esa fe que nos fortalece.


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