Tras lo acaecido en estos últimos días, cuando han salido a relucir una serie de noticias que comprometen, moral y judicialmente, a la clase politiquera de este país, me vienen a la memoria las clases de historia, especialmente cuando se estudiaba la civilización china en su época feudal, que se encontraba sumida en la inmoralidad y la conspiración; en esas circunstancia surge la figura del filósofo chino Confucio, quien propagaba los principios morales y éticos que deben regir la conducta individual y las relaciones sociales.
Podemos decir que la sabiduría y las enseñanzas de Confucio fueron la base de la educación para los funcionarios públicos que administraban todo el país. Todavía en China permanece la tradición confucionista, que incluye sabiduría, educación y ética.
Traigo a colación esto, porque a menudo podemos percibir que existe una crisis de valoración, en la que el Estado y sus instituciones, las iglesias (diferentes creencias religiosas), inclusive, la poca coherencia moral propia de nuestras comunidades son el reflejo de una sociedad enferma.
Cada uno de los ciudadanos de este país es responsable de las riendas de nuestro destino como nación. Lo importante aquí es no perder el rumbo, evitando que nuestra democracia se derrumbe ante el enemigo número uno, la corrupción. Nada se puede construir sobre cimientos que están a punto de colapsar, es necesario volver a poner nuestra mirada en las familias, como diría una máxima de Confucio: “Arréglese el Estado como se conduce a la familia, con autoridad, competencia y buen ejemplo”.
Una formación ética desde los parvularios es necesaria para ir formando al ciudadano del mañana. Se sabe que la escuela no suple la formación del hogar, pero ayuda, en gran medida, para ir instruyendo al niño que carece de modelos positivos.
Es por ello que la asignatura de religión, moral y valores que se imparte de forma doctrinal en todos los centros de educación básica general, debe ser sustituida por una asignatura que sustente una ética universal aplicada a las circunstancias propias de nuestra región. Además, es evidente que a los primeros formadores, maestros y profesores, se les debe capacitar de manera integral en axiología y ética; esta formación debe ser emblemática y de forma que se pueda aplicar en la cotidianidad, para que puedan aplicar ese conocimiento a sus estudiantes.
Construir una nación con fundamentos éticos sólidos, como la veneración por lo sagrado, el respeto por las costumbres propias o el amor a la familia, son el trípode que necesitamos para enrumbar nuestro país.
