El Dr. Francis Crick, ganador del premio Nobel de medicina por descubrir el material genético que rige y explica nuestra existencia, acaba de publicar un trabajo en la prestigiosa revista científica Nature Neuroscience (febrero 2003), en el que reduce la supuesta noción de alma a una explicación bioquímica. No hay tal alma, sino más bien una conciencia que tiene su génesis en un grupo de neuronas que interactúan de manera sincrónica y repetitiva. A mayor inteligencia en la escala del reino animal, mayor complejidad neuronal. Así pues, las funciones que hasta ahora los creyentes atribuían al alma -humores, sentimientos, autoconciencia, recuerdos, ambiciones, intuiciones, libre albedrío- no son más que estados químicos cerebrales, farmacológicamente regulables, que en un futuro incluso podrían ser artificialmente reproducibles. El alma o conciencia es una perfecta y exquisita danza neurocomputacional.
La conciencia no es más que un vasto ensamblaje de células nerviosas y sus moléculas asociadas. El procesamiento visual de la información, necesario para generar, orientar y madurar nuestro comportamiento y moral, se coordina por fibras nerviosas que viajan entre las distintas capas de la corteza cerebral y la región talámica. La memorización de acciones y conductas se logra mediante circuitos de reverberación interneuronales. Animales o humanos con daño cerebral experimentan alteraciones significativas en las funciones de la conciencia, con grave deterioro en la expresión de sentimientos y emociones. Las conclusiones de Crick se generan después de culminar muchos años de experimentación en pacientes y animales con injuria cerebral o epilepsia, mediante el empleo de técnicas de psicología, neurobiología y bioingeniería médica. Muchos de sus pioneros experimentos se publicaron en el libro The astonishing hypothesis: the scientific search for the soul (Una hipótesis asombrosa: la búsqueda científica del alma), editado en 1994.
Con la intención de condenar la anticoncepción de forma sistemática y, más recientemente, bloquear la investigación con células madres embrionales, las religiones han postulado que el alma de un individuo está implantada desde el mismo momento de la fertilización. Ni siquiera existe sustento histórico para justificar esta creencia. Basta solo recordar a Santo Tomás, quien decía que el alma era adquirida por el feto masculino a los 40 días de concebido y por el feto femenino posteriormente. Yo me pregunto, en el caso de gemelos idénticos, evento que ocurre en uno de cada 200 embarazos naturales (mucho más frecuente con técnicas de reproducción asistida), cuando células del blastocisto se desprenden y multiplican independientemente entre los cinco y 12 días de la concepción, ¿será que el alma se parte para repartirse entre los gemelos y a cada gemelo le toca una fracción de alma?
Se han puesto ustedes a pensar dónde estarán todas las almas de los millones de individuos fallecidos hasta la fecha: ¿navegan por el cosmos las almas recién desprendidas?, ¿disfrutan de una vida sublime y eterna en el cielo las almas bondadosas?, ¿se exponen al fuego abrasador del infierno las almas perversas? o ¿esperan el juicio final en un hipotético purgatorio las almas arrepentidas? Algún día la humanidad aceptará el concepto de que el alma y la promesa de la vida eterna no existen, así como hace siglos debió aceptar que la Tierra era redonda y que nuestra especie estaba emparentada con los primates. Es hora de que reflexionemos sobre todos estos conceptos abstractos que solo conducen a caminos de sumisión e ingenuidad. El ser humano necesita, con urgencia, desprenderse de ataduras mentales y esforzarse en educarse para que no sea presa de tiranos, políticos corruptos, charlatanes ideológicos o predicadores profesionales. Todo lo que se acerca al adoctrinamiento se aleja de la sabiduría.