Si intentara definir el amor, hallaría serias dificultades. No caeré en la tentación. Lo importante no es definirlo, sino entender que el amor no hace mal al prójimo. Que si me amo y acepto tampoco atentaré contra mí. Amarme y amar es vital. El amor es un valor universal objetivo. Religiones, filosofías, morales y éticas lo consideran un bien fundamental. De la ley moral (adherida en nosotros sin importar que seamos teístas o ateístas) del universo moral en que existimos, el amor es preeminente.
Amar es lo único trascendental. Lo más potente en el universo. Creencias religiosas, filosóficas, ideológicas, morales, éticas y naturalistas suelen pasar y quedar en el olvido porque sus postulados y paradigmas son remplazados o renovados por otros más ajustados a la verdad, mas el amor permanece. “Las muchas aguas no podrán apagarlo ni lo ahogarán los ríos”, escribió el sabio. El amor vence resentimiento, rencor, odio, desamor. Nunca el desamor ha vencido al amor. Jamás resentimiento, rencor, odio prevalecerán sobre el amor. Nadie en el goce de sus facultades psicoemocionales se opone al amor. Repudiamos religiones, filosofías e ideologías porque abrazamos creencias e intereses y arrastramos emociones y criterios cargados. Pero nunca objetamos al amor pues nuestra búsqueda primaria y más apremiante necesidad natural es el amor.
La religión y filosofía pretendidas como verdaderas deben girar sobre tres puntos eje. En religión, amor a Dios sobre todas las cosas, temor reverencial a Él y amor al prójimo como a uno mismo. En filosofía, amor al prójimo como a uno mismo. El amor repite por ser un valor universal objetivo reconocido por religiones y filosofías. Pero frecuentemente está ausente en religiosos y filósofos. Por ello conflictos y barbaries, en religiones e ideologías. Y la retórica intolerante e incendiaria, en filosofías.
Verdad sin amor es legalismo y fanatismo. Amor sin verdad es sentimentalismo empalagoso e indulgente. Franqueza sin amor es impiedad. ¿De qué vale religión sin amor y temor a Dios y sin amor al prójimo? ¿De qué sirven filosofía, ética y ciencia sin esos ingredientes? O si soy ateo y/o practico una religión sin Dios, ¿sin amor al prójimo como a uno mismo? Sin amor, eso es heno, hojarasca y madera que el fuego quema.
Si practicáramos la mitad de lo bueno que sabemos, la convivencia sería mejor. Si guardáramos la ley moral escrita en la conciencia, el mundo fuese diferente. El inconveniente no estriba en falta de moral, ética y ley, sino en el nulo temor a Dios y casi generalizado desamor a Dios y al prójimo.
El desafío es amarme y amar al prójimo como a mí mismo. La religiosidad no justifica la omisión porque sin amor al prójimo como a uno mismo la religión es hueca. Si soy ateísta, el ateísmo tampoco exime pues el amor es el valor universal objetivo por excelencia.
¿Seremos capaces de observar tal mandato siendo meros religiosos o viviendo sin Dios? No. Con esfuerzos humanos es imposible amar al prójimo como a uno mismo. Si hacemos honesta introspección, notaremos ausencia de amor al prójimo. En nuestra naturaleza no hay amor ni perdón para quien lesiona honor e intereses o daña a la familia. Vivir sin Dios y asegurar amar al prójimo como a uno mismo es autoengaño. Y para vivir como si Dios no existiera no es menester ser ateo.
La vida es breve, una sola y muy frágil; por tanto, haré todo lo posible para vivir en paz con la mayor cantidad de personas, permitiendo que sea el amor (sobre creencias religiosas, filosóficas, ideológicas o naturalistas) el vínculo que al prójimo me una, pues “si no tengo amor, nada soy”; y si lo que hago lo hago sin amor, “de nada me sirve”, escribió el ex perseguidor que camino a Damasco tuvo un encontronazo con el amor encarnado.
