CARLOS CARRILLO ccarrillo@prensa.com A un año de la trágica muerte de monseñor Jorge Altafulla, los miembros de la Iglesia católica panameña recuerdan su vida de entrega al servicio pastoral.
Altafulla fue asesinado el 19 de mayo del 2002 en las oficinas de la iglesia de Nuestra Señora de Guadalupe, en Calle 50, en donde era párroco.
Desempeñó cargos como rector y profesor del Seminario Mayor San José, vicario episcopal y profesor de la Universidad Santa María La Antigua (USMA), entre otros.
Su victimario confeso es Marcos Manjarrez, un ex seminarista, que fue expulsado por incurrir en supuesta conducta impropia dentro del Seminario Mayor San José.
La detención del Manjarrez ocurrió en la residencia A-2, en la urbanización Chanis, corregimiento de Parque Lefevre. El sujeto no opuso resistencia, pero en todo momento negó ser el autor del crimen. Sin embargo, más tarde admitió la autoría:
"Lo maté porque quería hacerle daño... él me truncó mis sueños de ser sacerdote", dijo Marcos Manjarrez Davis, al confesar, la noche del lunes 19 de mayo de 2002, el homicidio del párroco.
Indicó que por largo tiempo estuvo pendiente de las parroquias en las que laboraba Altafulla, porque le guardaba resentimiento.
El fiscal tercero superior, Rolando Rodríguez, un experimentado agente instructor, fue asignado por el procurador general de la Nación, José Antonio Sossa, para encargarse del proceso penal, en tanto que la defensa la asumió el ex procurador Rafael Rodríguez.
Tal vez sea el remordimiento que lo asedia, pero el homicida confeso de Altafulla ha atentado contra su vida en diversas ocasiones.
Así mismo, ha denunciado el maltrato de que ha sido objeto por parte de custodios, e incluso, agresión sexual de otros reclusos.
Actualmente, espera que se fije la fecha de la audiencia en la que será enjuiciado por el homicidio de este siervo de Dios.
Manjarrez, un talentoso estudiante de Derecho antes de atentar contra el sacerdote, se encuentra detenido, desde mayo de 2002, en el Centro Penitenciario La Joya.
