EL MALCONTENTO

Del autocontrol y otras perversidades

Estoy haciendo todo mi esfuerzo. Me concentro, meto las manos en los bolsillos, pienso en cementerios (nada menos excitante para los que no sufrimos de necrofilia), trato de ser iluminado por el mismo chorro de luz celestial que bendice a alguna columnista… Pero nada, no logro practicar con profesionalidad el “autocontrol”. El bolsillo está demasiado cerca de la entrepierna, los cementerios me aburren así que mi imaginación deriva con rapidez a la playa y mi concentración se convierte en dispersión sexual en menos tiempo del esperado.

Hago un segundo intento. Ahora sí. Además de todas las técnicas antes enumeradas, leo a la par el último artículo publicado por Gloria Grifo y reconozco que no hace falta que me autocontrole. Cualquier brizna de lívido se desintegra entre sus líneas; cualquier ánimo sexual cede ante el discurso decimonónico; cualquier alegría matutina se torna depresión ante el miedo que me produce leer Incongruencias de un proyecto de Ley.

Imagino que las huestes del bien se han puesto manos a la obra para evitar que la muy conservadora propuesta de Marilyn Vallarino prospere; que ya se sabe que en asuntos de moral quien abre una pequeña ventana para airear la casa permite que un tornado se la lleve por delante.

La técnica es conocida: exagerar y desinformar. Incluso a costa de hacer el ridículo. Hay frases antológicas: “De haberse aprobado esta ley [refiriéndose a la 442 de 2008], la pederastia, el estupro y la pornografía infantil habrían quedado despenalizados, porque el niño tendría autonomía de su cuerpo. La introducción en la ley de la autonomía sobre el propio cuerpo, abre las puertas a la legalización del aborto en Panamá”.

Imagino que las familias a las que se refiere en todo el texto la autora tienen una moral débil y unas convicciones católicas resquebrajadas. De no ser así, no se comprende cómo algo de formación en materia sexual puede convertir al padre bondadoso en un pederasta, a la amantísima madre abnegada en aficionada al estupro con los amigos de sus hijos y a la abuela de pura trayectoria en una aficionada al porno de más baja ralea, de ese que circula gratis en internet.

El debate sobre la educación sexual no se puede hacer en estos términos. Hay que ser serios. Recomiendo a la defensora de la “fidelidad mutua y el autocontrol” que lea más estudios, incluso los de organizaciones católicas pensantes (como la estadounidense Catholics for Choice), para no hacer afirmaciones que distorsionan la realidad y que tratan de llevar al plano del fanatismo la discusión seria sobre el modelo de sociedad y sobre el papel de la educación en la conformación de ciudadanos y ciudadanas responsables con los demás, pero también con su cuerpo.

Dice la señora Grifo que el nuevo (y limitadísimo) proyecto de ley pretende imponer la “ideología de género” y “dar derechos sexuales a los niños”. Dos aclaraciones. Hay enfoque de género, no ideología, y el enfoque de género no es demoniaco sino que pretende que mujeres como usted puedan publicar en este diario sin tener que pedir permiso a su esposo ni temer por el qué dirán. El enfoque de género ha permitido que mujeres como Lucy Molinar o Marilyn Vallarino ocupen puestos públicos y que usted pueda votar. Un poco de agradecimiento no estaría mal porque el enfoque de género lo único que intenta es tratar todos los temas que nos afectan como ciudadanos desde la igualdad. Nada más y nada menos.

Respecto a “dar derechos”… la equivocación es garrafal. Los derechos ni se dan ni se otorgan. Los ciudadanos y ciudadanas nacemos con ellos. Los derechos se promocionan, se defienden y se promueven, o, tal y como usted propone, se limitan, cercenan y violan.

A las chicas embarazadas en su adolescencia por, entre otras razones, ignorancia y falta de autoestima física y sexual, les estamos negando el derecho a un desarrollo humano integral y a la libre decisión sobre su futuro. Porque, estimada señora, las decisiones son personales. Si usted es o no promiscua (lo cual no es un delito), si usted tiene una u otra orientación sexual (todas son magníficas si se viven sin culpa) o si su familia fracasa o no, no es culpa ni de una ley ni de los movimientos feministas ni de Gaddafi: es su responsabilidad y la de las personas con las que se relaciona. Los valores los inculca más la familia que la escuela, pero lal escuela ayuda a compensar eso que por, prejuicios, miedo o ignorancia, los papás y mamás no aportan a sus hijos.

Ni somos buenos por influencia del beatificado Juan Pablo II ni somos malos por el proyecto de ley 304.


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