El cine moderno comercial de Hollywood es pura velocidad. Desea que el espectador pierda prácticamente la conciencia de tanta adrenalina que produce su cuerpo cuando va al cine.
Sus argumentos están supeditos al ritmo de una cámara que va de un lado a otro, de unas tomas que cambian de ángulo cada tres segundos y de una edición tan rápida que agota.
La trama es lo secundario, es un mero pretexto para seguir alimentando los prejuicios de una audiencia, que sin saberlo y quizás sin importarle, recibe lecciones ideológicas fascistas mientras se atraganta de palomitas de maíz.
Así es Salt, lo nuevo de la actriz Angelina Jolie y del director Phillip Noyce.
La compañera de Brad Pitt interpreta a una vigorosa y atractiva espía estadounidense, a quien acusan de alta traición porque supuestamente quiere matar a un mandatario ruso que visita la unión americana.
Salt tiene casi todos los vicios de las producciones de acción política estadounidense: es racista, xenofóbica y prejuiciosa.
El enemigo principal son unos cuantos militares de Corea del Norte y un puñado de espías rusos. De ambos puntos del globo vienen los principales villanos de Salt.
Los malvados de Salt son tan huecos que parecen marionetas, primos tontos de Pinocho. No hay mayores explicaciones del porqué odian tanto a Occidente y el guión no se detiene mucho a dar razones por las cuales quieren destruir al santo imperio estadounidense.
El contenido de Salt es tan profundo como un capítulo de esos reality show a cargo de la ex playmate Kendra Wilkinson o el de las hermanas Kardashian.
Salt es como esas montañas rusas que hay en los parques temáticos de Disney, en Orlando (EU). Uno jura que no quiere subir en esos aparatos porque es una forma tonta de ganar estrés, y que esa no es manera sana de pasarse unas vacaciones.
Luego de mucho rogar eres convencido, abordas el dichoso aparato con recelo y arranca una aventura de cinco minutos donde no sabes cuándo ese bólido va a salirse del carril y tú terminarás siete metros bajo tierra.
Acaba el divertido suplicio y caes en la tentación de no pensar y hasta en repetir, porque solo importa disfrutar de la emoción extrema.
Así es Salt, uno se asombra de las rutinas físicas que hizo Jolie, trata de encontrar al gringo traicionero de turno y se deja llevar por sus escenas explosivas. Al final lo disfrutas, aunque sabes que te tomaron el pelo.

