Yo con mi banderita

Berna D. Calvit bdcalvit@sinfo.net Hoy se viste de bandera la patria. Evoco con ternura a mi niña, hoy mujer y madre, aprendiendo sus primeros versos patrióticos: “el tres de noviembre viene/ el tres de noviembre va/ y yo con mi banderita/ saludo a Panamá”. También recuerdo a mi hijo cuando adolescente, orgulloso y presumido, practicaba las dianas mañaneras con las que me despertaba en estas fechas. Allá, en mi pequeño pueblo de Antón, mi madre almidonaba y planchaba, que eran un primor, los uniformes que luciríamos por las calles del pueblo que se engalanaba para decirle a Panamá cuánto la queríamos. En aquellos años las dianas no eran ni “salsa” ni reggae y los muchachos no llevaban ni “pachitas” ni “éxtasis” ni pases de cocaína en los bolsillos. Después del desfile el lugar de cita obligada era Las Bóvedas, donde nos esperaban los dueños de nuestros pensamientos, guapos, vestidos de gala (no había los pantalones “caga’os”), y dispuestos a gastarse en las enamoradas el real del raspado o del helado en la refresquería La Polar. ¡Toda una extravagancia! A lo largo de los balcones de la Avenida Central ondeaban cientos de banderas; los almacenes se vestían de rojo, blanco y azul, y las familias salían al paso del desfile con las mejores ropas domingueras; recuerdo que en aquellos años las niñas usaban inmensos lazos en la cabeza y a las del pelo crespo les hacían 10, 20 rulos bien engominados para que no se les deshicieran. Los miembros de la colonia afroantillana se destacaban por su elegancia: las señoras de medias con raya, sombreros y hasta guantes; y los señores con zapatos “doble tono” que relumbraban y hacían destacar más aún los puntitos que con maestría pintaban de blanco; algunos lucían largas leontinas, hebillas de oro con iniciales, sin temor de perderlas a manos de los ladrones; y bajo el ardiente sol o la impertinente lluvia, sus vestidos más blancos que el blanco, hacían resplandecer aún más el día de fiesta. ¡Qué recuerdos tan hermosos!

En casa mi madre preparaba comidas especiales; desayunos extra fuertes para aguantar el desfile sin fatiga, y para después, mucha comida rica y refrescos (nada de sodas, pura chicha de naranja, piña, etc.) para recibir a la muchachada que iba llegando a terminar de gastar, frente a la casa, los últimos entusiasmos musicales patrióticos. No. En mis tiempos, y en los tiempos de mis hijos, la patria era todavía venerada y el honor que se le rendía en noviembre era sincero, lleno de contenido, respetuoso y entusiasta, henchido de amor patrio.

Pregunta Amelia Denis de Icaza en su poema Al cerro Ancón: “¿Qué se hizo tu chorrillo? ¿Su corriente al pisarla un extraño se secó?...”. Hoy pregunto: ¿Qué se hizo, panameño, tu amor por Panamá? ¿Por qué lastimas, por qué vejas la dignidad de tu patria? ¿Por qué hoy, liberada de las ataduras que desde 1903 la aprisionaban, no le has permitido remontar en la gloria de su verdadera independencia? ¿Por qué has secado, panameño ingrato, el arroyo de esperanzas que sembraron los que se sacrificaron por la patria? ¿No sabes, insensato, que la patria es de todos; que es de tus hijos y de los míos? ¿No entiendes, acaso, que en tu egoísmo me estás privando a mí y a otros panameños, del derecho a una vida digna? ¿Qué no ves que cada acto deshonesto, cada pellizco a los bienes de mi patria, la empobrece? ¿Por qué me quitas el derecho a soñar con un país sin miseria? ¿Entenderás, ojalá que muy pronto, que estamos al borde del abismo y que sólo tú lo puedes impedir?

En Canto a la bandera, uno de los más bellos poemas a la patria, escribió Gaspar Octavio Hernández: ...“si ves que el Hado ciego/ en los istmeños puso cobardía/ desciende al Istmo convertida en fuego/ y extingue con febril desasosiego/ a los que amaron tu esplendor un día”. Te pregunto, panameño: ¿te has vuelto cobarde para defender el esplendor de tu país? Nuestro himno nacional dice en su estrofa final: “Adelante la pica y la pala/ Al trabajo sin más dilación/ Y seremos así prez y gala/ De este mundo feraz de Colón”. Nuestro himno también dice: “Es preciso cubrir con un velo/ Del pasado el calvario y la cruz/ Y que adorne el azul de tu cielo/ De concordia la espléndida luz”. ¿No crees que ha llegado la hora de buscar la concordia, la armonía que nos permitirá ir al trabajo sin más dilación? ¿Por qué seguimos desgastándonos en luchas por espacios de poder para el beneficio de unos pocos, no el de la mayoría?

El panorama de Panamá en estos momentos es deprimente. Nos dirige un gobierno que marcha a bandazos; que está usando el poder para repartir la riqueza del país en cuotas políticas; que si bien nos deja opinar, nos oye pero no nos atiende; que sumido en la autocomplacencia, está permitiendo que ocurran desmanes jurídicos y económicos. Son muchas las quejas. La corrupción, ese enemigo sin rostro definido, con muchos nombres y apellidos, se ha regado como la mala hierba y tú, panameño, lo estás permitiendo. Demetrio Herrera Sevillano, en su poema Tú siempre dices que sí , nos reprocha: “Tú siempre respondes: sí,/ paisano mío,/ panameño,/ tú siempre respondes: sí/ Pero no para luchar/ Y menos para ultrajar/ cuando te ultrajan a ti./ Paisano mío,/ panameño,/tú siempre respondes: sí”. Te pregunto, panameño: ¿No crees que ha llegado el momento de que te pares firme y aprendas a decir: ¡No!?

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