Defino el refrán como el extracto de la sabiduría dispensado con el gotero de las palabras llanas. Hay refranes para todo: para el amor, la pereza, la mentira, la riqueza, etc. Este escrito tuvo su origen en un cruce de opiniones, en la prensa y en internet, sobre el refrán cuando veas las barbas de tu vecino arder, pon las tuyas en remojo, que según algunos es cuando veas las bardas de tu vecino arder, pon las tuyas en remojo. Picada por la curiosidad busqué en varias fuentes y encontré el refrán con ambas palabras, además, una variación, que no conocía: cuando veas las barbas de tu vecino pelar, pon las tuyas a remojar. Llevada por la curiosidad quise averiguar si el dicho más jalan dos tetas que cien carretas (como lo dicen en Panamá), existía con otra palabra que no fuera teta, palabra castiza y correctísima que define el Diccionario de la Lengua Española como cada uno de los órganos glandulosos y salientes que los mamíferos tienen en número par y sirven en las hembras para la secreción de la leche. El resultado de mi investigación es que en todas las fuentes que consulté no se usa otra palabra que teta; hay variaciones del refrán como, más tiran las tetas que los bueyes de una carreta, o más jalan dos tetas que las carretas. El refrán no reemplazó las glándulas mamarias por las palabras senos, pechos o mamas.
Pensando en las carretas, busqué personajes y acontecimientos, antiguos y contemporáneos, míticos o reales, a los que se les pudiera aplicar el popular refrán (que algunos dicen bajando el tono de voz o señalando el pecho para evitar llamar las cosas por su nombre). En el libro Cuéntame un mito, Helena es ejemplo perfecto para este asunto de carretas; nacida de un huevo que puso su madre Leda, a quien Zeus sedujo convertido en cisne, Helena, de belleza sobrehumana, fue casada con Menelao, rey de los espartanos con quien estuvo a gusto hasta que el príncipe París la sedujo y se la llevó a Troya; Menelao salió a rescatar a su mujer (que a todo esto estaba en la gloria con París) y, durante 10 años ardió Troya hasta que, triunfador don Mene, entró en la ciudad, encontró a su mujer con los pechos desnudos, tan hermosa, que la perdonó inmediatamente (Pasiones , de Rosa Montero). ¿Y qué de Cleopatra? Dicen que fue su nariz la que puso a sus pies a Julio César y a Marco Antonio, a quien manejaba como a un niño tonto (que dicen que de adulto siguió tonto); no sé si en este caso debiera decir más jala una nariz que una carreta. Lo dudo. Ninguna nariz, por bella que sea, le gana en preferencia masculina a otras partes del cuerpo femenino. Muchos dirán que fue la inteligencia, la belleza espiritual, la valentía, etc., lo que se ganó el corazón de los hombres que se la jugaron por una mujer. A veces sí. Pero para mí lo que significa el refrán es que, por una mujer, un hombre es capaz de gestos heroicos o... de convertirse en mequetrefe para complacerla y ganar sus favores.
Sabemos de casos en los que, para bien o para mal, las mujeres han afectado la historia política de un país. A Clinton casi le cuesta la Presidencia una Mónica Lewinsky, bastante pechugona por cierto; por los encantos de Marilyn Monroe se les enredó la vida a los hermanos Kennedy, quienes, hasta el sol de hoy, quedaron pringados con la muerte de la Monroe. El ministro inglés de Defensa, John Profumo, en amores clandestinos con Christine Keeler, una prostituta de alto vuelo, se vio forzado a renunciar provocando una crisis en la severa Inglaterra. El rey Eduardo VII, de Gran Bretaña, se quitó la corona por Wally Simpson. Por Ana Bolena, el rey Enrique VIII rompió relaciones con Roma por negarse a anular su matrimonio con Catalina de Aragón, y de allí nos vienen el divorcio y el anglicanismo. ¡Un lío de faldas con consecuencias históricas permanentes! Los salones de la famosa Desirée, amiga de Napoleón Bonaparte, y esposa del general Bernadotte, eran sitio obligado para todos los que querían conseguir algún favor del gran corso. ¿Sería igual la historia de la Argentina de Juan Domingo Perón sin su Evita? ¿O sin su sucesora, Isabelita Perón?
Durante 20 años estuvo Ulises lejos de su amada Penélope; por volver junto a su amada luchó contra Polifemo, se resistió al canto de las sirenas, temibles mujeres con cuerpo de ave; estuvo a un tris de caer en las redes de la maléfica Circe y se resistió al amor de la princesa Nausícaa; en fin, que jaló más Penélope, que todas las carretas que se le pusieron en el camino. Están en la fila de las famosas Manuelita Sáenz, sombra amorosa del Libertador Simón Bolívar a quien dos veces le salvó la vida; la inglesa Camilla Parker, por quien el príncipe Carlos le hizo la vida de cuadritos a Lady Di y lo pone en riesgo de quedarse sin el trono de Inglaterra. Para no quedarnos atrás en asuntos de carretas, el doctor Arnulfo Arias Madrid cuenta la historia que se ocupa de amores presidenciales se fue por lo bajo bajo a Cuba para visitar a Anita de la Vega, cubana que lo tenía prendado; los gringos, para cobrarle una factura que le tenían pendiente al presidente Arias, se lo soplaron a las autoridades y el 9 de octubre de 1941 Arias perdió la Presidencia por una escapada amorosa que, según algunos historiadores, nunca se comprobó.
Podría seguir llenando cuartillas, pero según el refrán, es bueno el culantro, pero no tanto. Así que por ahora basta de historias sobre la fuerza que es capaz de jalar más que las carretas.
La autora es comunicadora social
