Bajó el telón y finalizó una costosa tragicomedia que duró cinco largos años de un gobierno que más bien parecía una junta de carnaval. Si se cumplen las promesas del discurso inaugural del nuevo presidente de la República, Martín Torrijos Espino, no quedarán impunes los que asaltaron las arcas del Estado. Así que, a otra cosa, mariposa, porque es a la justicia a quien ahora le corresponde hacerse cargo de ellos. La noche del 1 de septiembre me acosté con una sonrisa de oreja a oreja y dormí como una bendita. ¡El presidente Torrijos cumplió su promesa de derogar el decreto que reglamentó la Ley de Transparencia! A la mañana siguiente, una pregunta amaneció clavada en mis neuronas. Durante los cinco años del gobierno anterior tuve tanto sobre qué escribir, que a veces no sabía por dónde empezar. Juro, con la mano sobre el corazón, que no soy adicta a la adrenalina y que prefiero la bilis guardada en su bolsita; que me gusta la vida plácida y evito, por salud y por convicción, vivir en pie de guerra; que preferiría no tener que escribir sobre escándalos y atracos a los fondos del Estado. ¿Cómo será mi oficio de opinadora con el nuevo gobierno?, preguntan mis neuronas. “Ojalá”, contesté, “me den la ansiada oportunidad de escribir sobre temas positivos, alentadores, simpáticos; de ellos dependerá no suministrarme las municiones”.
Me causó satisfacción la sobriedad en la toma de posesión del nuevo gobierno, sin parrandas, alharacas, cohetes ni excesos; me gustaría que esa atmósfera de formalidad y austeridad fuera el sello en todos los actos del gobierno actual. El discurso del presidente Torrijos me pareció puntual y sencillo, exento de innecesarios caracoleos verbales; el del diputado Wilson, nuevo presidente de la Asamblea Legislativa, me desconcertó por el tono “intimista” que le imprimió, poco apropiado para la ocasión; la excluyente y extensa invocación de monseñor José Dimas Cedeño caminó en una sola dirección religiosa: la suya, lo que me pareció inadecuado y hasta descortés con los no católicos. Y ¡ay!, ¿cuándo aprenderán los diputados que no es necesaria una larga perorata para darle el voto al candidato de su preferencia? Que si voto es para fulano porque es mi compadre; que si es lo más grande de la bolita del mundo, amén, etc. Tanto bla bla atrasó el resto de las actividades, y el retraso convirtió la dichosa “hora panameña” en varias horas, que deben haber sido agotadoras y angustiosas para los anfitriones y los invitados extranjeros, siempre con itinerarios poco flexibles.
Hace unos años no existía la costumbre de saludar con “besito de cachete”, moda que a mí no me causa ni pizca de gracia. Doy sonoros y sinceros besos, y abrazos bien apretados, cuando me nacen del alma; cuando me encuentro con una persona a quien no he visto en mucho tiempo y me causa alegría volver a verla. Porque, como dice la canción: “un beso de amor, no se lo doy a cualquiera”. Cuando asisto a algún lugar evito besar a las personas que no conozco; doy saludos de mano y siempre que me es posible recurro al saludo colectivo de levantar la mano con un “Hola a todos”, y al despedirme, “Adiós, me voy, fue un gusto haberlos visto”. Y ya. Creo que la iniciativa de saludar con uno o dos “mua- mua de cachete”, debe partir de la persona de mayor jerarquía; si, por ejemplo, la esposa del Presidente o un ministro llegan a una reunión, no veo razón para el besuqueo que, a su vez, por cortesía se ven obligados a devolver; lo entiendo cuando este se realiza con dos o tres personas; pero si se trata de multitudes y desconocidos ¿no es crear una situación obligante? En la toma de posesión, los mandatarios e invitados extranjeros se limitaron a dar la mano al Presidente, los vicepresidentes y sus respectivas esposas. ¡Imagínense tener que besuquear y ser besuqueado todo el día!
Hacer un buen gobierno es tarea que requiere capacidad, trabajo, seriedad, buena voluntad, armonía entre los funcionarios, etc. Tengo una larga lista de malas prácticas que me gustaría ver desaparecer, pero por falta de espacio dejaré algunas para más adelante. ¿Cuánto se ahorraría en madera, pintura y mano de obra si dejaran de hacer los letreros “Obra de ...” cada vez que hacen una vereda, asfaltan una calle o reparan una escuela? El auto-bombo por trabajos que son obligaciones de los funcionarios, y que se hacen con nuestro dinero, debería eliminarse. Comprendo la necesidad de que el gobierno divulgue sus acciones y sus trabajos; pero sería recomendable limitar la publicidad, hasta donde sea posible, y usarla para los anuncios que tienen fines informativos o instructivos tales como medidas de salud, calendario de pagos de tributos y otros del mismo tenor. Con la crisis económica heredada, todo lo que se ahorre sirve.
Ha sido práctica de los gobiernos contar con comunicadores de prensa, radio y televisión en las planillas del gobierno, y no me refiero a los que dejan el medio y se convierten en funcionarios, lo que me parece inobjetable. Lo que me irrita las napias es que haya periodistas de los medios de comunicación con a$ignacione$ mensuales en dependencias gubernamentales; si se les paga para que no hablen mal de los funcionarios que las dirigen, o para que diariamente les dispensen piropos, falta a la ética periodística el comunicador que cobra por su voz o su silencio. Y es censurable que el gobierno propicie esa conducta. Bien lo dijo sor Juana Inés de la Cruz en Redondillas: “¿O cuál es más de culpar, / aunque cualquiera mal haga, / la que peca por la paga, / o el que paga por pecar?”. La corrupción se disfraza de mil maneras. Desenmascararla requerirá que también nosotros, los ciudadanos comunes, hagamos parte de ese trabajo.
