REFLEXIÓN

Para ser un buen Presidente: Elvins Santander

Meditaba, en la intimidad de mi hogar, sobre cómo llegan los hombres a ser presidentes en Panamá y qué se necesita para representar a casi tres millones y medio de almas que quieren que su dinero sea administrado de forma honesta, que se defienda su soberanía y se procure brindar una educación de primer nivel para tener un pueblo sano, lleno de oportunidades, con un nivel de justicia social envidiable en la región y libre de explotación y miserias.

Ahora bien, este discurso se repite cada lustro, al punto de que se ha convertido en un vicio parlante que utilizaron los anteriores mandatarios para llegar al poder. Me llena de preocupación pensar que llegue el momento en el que el pueblo explote, con justa razón, cuando las cosas de verdad no cambien de forma positiva en nuestro país.

Las revoluciones violentas no son buenas, traen consigo muchas desgracias, luto y dolor. Recuerdo el sufrimiento de mis padres en la época más oscura de la dictadura, originada bajo un falso proceso revolucionario que, de tanto estudiarlo, me llena de decepción y tristeza, porque nació con fuerza y murió con fuerza.

Es entonces cuando analizo que todo, en una nación o en una sociedad organizada, tiene que estar basado en la gobernabilidad y en la justicia, principios morales que se inclinan a obrar y juzgar, respetando la verdad y dando a cada uno lo que le corresponde.

En un país como Panamá, lleno de esperanza, con gente humilde y trabajadora, con ganas de ver un lugar lleno de oportunidades, el actual y los futuros mandatarios deben gobernar con la bandera de la justicia. Con ella habrá paz social, mejor educación y un sistema de salud que llegue a las capas más vulnerables de la sociedad.

Ante un escenario así, estoy seguro de que nadie se atrevería a meter sus manos en las arcas del Estado, pues lo pensarán dos veces antes de cometer delito alguno y otros, simplemente, dejarían de ver la política como una forma de negocio.

Decía François René de Chateaubriand, diplomático y político francés del siglo XIX, que “la justicia es el pan del pueblo; siempre está hambriento de ella”. Escuchar una expresión tan profunda me lleva a la conclusión de que todo se basa en la justicia, porque es la que edifica los cimientos de una sociedad digna, progresista y, sobre todo, que hace que la gente gobernada encuentre una razón lógica del porqué debe existir democracia en un país, y por qué debemos creer en ella.

La palabra democracia, combinada con la política y sus actores, nos llena de profundo sentimiento de desencanto y aflicción, porque hemos creído desesperadamente en ella. Creo, con absoluta seguridad, que cuando exista verdadera justicia en Panamá, todos los ciudadanos podremos decir al unísono: “Hemos alcanzado por fin la victoria”.

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