Sin embargo, siento que demasiadas personas que se dedican a esta profesión no tienen una verdadera vocación, y lo hacen tal vez porque creyeron que era fácil, por salir del paso o quien sabe porque fue la única vía que les quedó.
En mi caminar como docente me he encontrado a muchos chicos que odian la escuela, a sus maestras, a una materia (como las matemáticas, el eterno "cuco") o que están frustrados o reprobando el año. Sus maestros y profesores llegan a clase malhumorados, con sus problemas a cuestas y casi siempre se ensañan con los niños "problemáticos", los considerados poco inteligentes o "brutos" y con los que dan "mucha lata".
Se olvidan (consciente o inconscientemente) que cuando les decimos a los niños y niñas palabras hirientes se les graban en la cabeza, frustrándose a tal punto que no les queda la mínima duda de que son "tontos y perezosos". En vez de ayudarlos con sus problemas escolares, les recuerdan constantemente sus faltas y los desani-man de sus posibilidades de mejorar.
A veces, los maestros creamos un ambiente pobre de aprendizaje al concentrarnos en lo que el niño no puede hacer, en vez de desarrollar sus habilidades. ¿Qué cuesta cambiar un poco el plan de estudio para ir al ritmo de los alumnos? ¿Qué cuesta quedarnos en el recreo contestando sus dudas? ¿Qué cuesta dejar el mal hábito de borrar el tablero "porque ya te demoraste mucho"?
Conocí en una visita a otro colegio a Yvanka, una niña muy dulce e inteligente. Tiene, según su maestra "pésima ortografía" y "no lee bien para sus 8 años". Sin embargo, a mí me hizo un relato oral a la perfección, y me recitó un poema de Pablo Neruda con sentimiento profundo. Yvanka me confesó que odia la escuela; me dijo que su maestra siempre le dice cosas "feas", no reconoce lo buena compañera y cortés que es y sobre todo no motiva sus ansias de mejorar, de salir adelante.
Como Yvanka, hay muchos niños que al comenzar el año escolar saltan de alegría, pero pasadas dos semanas no quieren saber de nada que tenga que ver con la escuela. Se les ve por los pasillos aburridos, afligidos, incluso deprimidos.
Si usted no es dinámico, alegre, creativo, dispuesto a experimentar, comprensivo y no le tiene verdadero cariño a los niños y jóvenes, entonces ni considere hacer de la docencia su profesión. Y si usted no tiene estas cualidades y actualmente la ejerce, hágase un favor (y a sus estudiantes también) y busque otra profesión.
Los maestros se superan profesionalmente al aumentar su repertorio de métodos de enseñanza y de la utilización de materiales, ayudando así a todos los alumnos y no solo a un pequeño número a aprender. El maestro de vocación sabe que gran parte de los problemas escolares tienen alguna solución si la buscamos con un poco de paciencia.
Por mi parte, debo admitir que no soy la mejor maestra del mundo, pero todos los días me levanto con la intención de intentarlo de todo corazón, de educar con amor. No quiero estar entre aquel grupo de docentes que en un futuro se reprochen el destino de alguno de sus estudiantes al que le hicimos la vida difícil para que luego dejara la escuela o esté en malos pasos. En este próximo Día del maestro, califíquese del 1.0 al 5.0 y reflexione ¿es usted un buen maestro?
(La autora es licenciada en educación y maestra de inglés de kinder y primaria)
