La corrupción es como la mitológica hidra de muchas cabezas, que renacían cuando se las cortaban. Ella medra en el sector público, privado y civil; en lo local, nacional y transnacional; en lo individual y lo colectivo, en la micro y la macro corrupción propia de la delincuencia de cuello blanco.
La corrupción política está relacionada al poder, ya sea como resultado de la autoridad conferida por elección popular o como parte del ejercicio de la política para conseguir esa autoridad y representación.
También se articula con las prácticas políticas, a través de diversas formas partidarias y extrapartidarias, con el ejercicio de la conducción del gobierno, el parlamento, la función judicial, y los gobiernos locales.
Se expresa en el ejercicio ilegítimo del poder para fines de provecho personal o de grupo. Tiene profunda vinculación con los centros de poder económico y político, muchas veces armonizados entre sí. La corrupción es percibida por los ciudadanos como el medio a través del cual políticos y funcionarios se enriquecen mediante el cobro de comisiones o la aceptación de sobornos, a cambio de otorgar favores, adquirir bienes y contratar obras o, simple y llanamente, robar el dinero del Estado, abusar y usurpar el patrimonio público.
La corrupción privada violenta las normas y valores del sistema, especialmente las reglas del juego económico, para obtener ventajas frente a otros actores con quienes compiten en el mercado. Involucra los intereses de grupos económicos, fácticos o de presión, que establecen relaciones de intercambio corrupto con los agentes públicos y las élites políticas, aunque puede desarrollarse también estrictamente entre agentes privados. La corrupción social está ligada a los procesos de empobrecimiento y a la supervivencia social, estimulada por la cultura del “juega vivo”, y como reflejo de la corrupción generalizada.
La macro corrupción, de alto nivel o de cuello blanco y la micro corrupción, son percibidas de distinta manera. La micro corrupción impacta más directamente a las personas, mientras que la macro corrupción se ubica más en el secretismo y la impunidad.
El origen o fuente de la corrupción se localiza en tres dimensiones. La primera, es el abuso del poder económico y político. La segunda, cuando no existen o se encuentran debilitados los mecanismos adecuados de control –sean oficiales o ciudadanos– de esos poderes. La tercera, revela que la corrupción se desenvuelve en un ambiente permisivo o de cultura de la normalidad; por ende, la lucha contra la corrupción tiene que establecerse sobre la base de la promoción de una nueva ética y una nueva cultura política.
La transición y la consolidación hacia gobiernos, regímenes y sociedades democráticas, se convierte en un proceso sinuoso y espinoso, en el que pesan factores como los miedos y la incertidumbre. Junto a los miedos tradicionales, como los que se ligan a la integridad física y las amenazas a las condiciones materiales de vida, existen otros no verbalizados y ocultos, agravados por el autoritarismo que genera una cultura del miedo, producto de un orden violentado. Pese a que los autoritarismos prometen eliminar el miedo, generan nuevos y aterradores miedos, cuyas cicatrices persisten aún después y que interfieren en la construcción democrática, como es el caso en que los miedos borran a las amenazas reales satanizándolas en torno a enemigos como el terrorismo, el comunismo o el caos.
Norberto Lechner lo afirma así: “Precisamente un proceso democrático, a diferencia de un régimen autoritario, nos permite (nos exige) aprender que el futuro es una elaboración intersubjetiva y que, por consiguiente, la alteridad del otro es la de un álter ego. Visto así, la libertad del otro, su incalculabilidad, deja de ser una amenaza a la propia identidad; es la condición de su despliegue. Es un medio del otro y junto con él es que determinamos el marco de lo posible: qué sociedad queremos y qué podemos hacer”. La democracia puede suponer un desencanto pero, al mismo tiempo, significa construir alternativas contra autoritarismos que predican intolerancia, intransigencia, conformismos y buscan borrar la memoria histórica de las luchas democráticas y ciudadanas.