A veces prefiero soñar o dormir que vivir. Casi nunca he acertado en lo que pienso, mucho menos en cuanto a la política. Y las pocas veces en que he acertado, he estado más descaminado que en el desacierto. Siempre he estado desfasado con el dios tiempo. Normalmente mi mente deambula lejos de mi cuerpo, y mi alma cobarde se oculta cuando debiese luchar.
Cuando fui a estudiar a los 17 años a Chile, llegué al aeropuerto de Santiago con una camiseta del Che Guevara. Chile estaba al borde de una guerra civil entre la derecha militar y la izquierda que clamaba por cambios radicales en el gobierno. Mi llegada y mi estadía el primer año en la academia naval (cuna del ejército) fueron una tortura, no por la parte física sino por tener que aprender que la derecha política también tiene hígado y llora.
Tratar de entender que toda mi revolución socialista pertenecía a un mundo jurásico, un lugar que no existía en ese momento de espacio-tiempo, fue como tratar de entender el origen del cosmos. Siempre equivocado en mis posturas políticas, constantemente buscando una salida fácil a lo que mi mente ansiaba con desesperación y congoja: el triunfo del hombre contra el hambre. Para lograrlo, las guerras eran válidas, la violencia un método para superar la pobreza; los gritos, el amor, todas coartadas para cambiar el mundo. Nada dio resultado. Como si mis anhelos jamás existieran, solo la vacuosidad de lo soñado ha sido una constante en este valle de lágrimas.
El capitalismo salvaje, mi valle del dolor; Cuba, la espina de mi estupidez; la derecha, mi goma moral, el comunismo mi vergüenza intelectual. Me he equivocado siempre en todo. Mi idealismo y la realidad jamás han podido enamorarse y rebasar el profundo abismo que los separa. Me equivoqué con el electorado cuando, después de tanta lucha contra los militares, Pérez Balladares fue electo presidente de Panamá. Después de aquello, jamás pensé que algún panameño votaría por el PRD; en mis tripas sentía la inminente y maravillosa victoria contra el representante de los tiranos. Volví a equivocarme. El resto es historia.
Con el panameñismo estuve más que errado; fue como descubrir que tu amada inmortal siempre trabajó en un burdel de baja categoría, y que todo fue una vergonzosa mentira. Mis héroes eran bellacos escondidos. Lloraban dignidad, y resultaron una estafa imperdonable. Me inscribí en Cambio Democrático cuando este comenzó, no ahora cuando cualquier aprovechador quiere abrazarlo. Un cambio democrático. Esa fue la mercancía; yo la compré. Repito compré un cambio democrático, no compré a los arnulfistas (aunque entiendo el porqué deben de estar en el partido); no compré a los tránsfugas (y también los entiendo).
El ajedrez político tiene un precio que debe ser pagado. La realidad duele. Minería a cielo abierto, daños irreparables a nuestro ecosistema, ganancias para transnacionales destruyendo aquello que es sagrado: el agua, el bosque, los sueños. Aquí comienzo a dudar; si mi partido es otro grupo dedicado al engaño, como lo fueron el mireyismo y el PRD, o si juntos tendremos el valor de gritarle al mundo que queremos un partido decente, un partido donde el honor sea el pegamento que nos une.
Respetar la democracia y proteger nuestro entorno son más que palabras hermosas. No más ladrones de cuello blanco que pertenezcan a Cambio Democrático haciendo cuanto chanchullo se les ocurra para enriquecerse, y luego defenderlos vergonzosamente, porque “son miembros del colectivo”. Suspiro porque seamos diferentes; tenemos que ser un verdadero cambio democrático.
Voté por primera vez en mi vida porque creí en un cambio. Como miembro de este partido pido e invito, humildemente, a nuestros líderes que no defraudemos al Panamá decente; a que no usurpemos la energía democrática que aún le queda a la inteligencia local, y no hagamos otro gobierno igual al del PRD o al del arnulfismo mireyista.
El daño mayoritario no es que destruyamos el medio ambiente, y que permitamos que nuestros compañeros roben impunemente, sino que la democracia -como la sospechamos en algún sueño de verano- nunca volverá a ser encontrada en Panamá. Jamás. Tantas veces he querido acariciar y besar la armonía de la decencia, palpar la dulzura de la democracia, no equivocarme más… como si fuese posible, me grita el viento. No me importa; los locos seguimos soñando y sé que no estoy solo, estoy seguro de que somos más.
