Cuando el caricaturista se expresa con lápiz y papel, el fundamentalista islámico lo hace con los filos de los cuchillos y el fuego de las bombas incendiarias. Mientras el uno utiliza la libertad de expresión para expresarse, el otro conculca las libertades de vivir y transitar como instrumento de expresión. Pero eso no es todavía lo peor, lo peor es que el miedo le de la razón y legitime la violencia. Yo no veo al caricaturista que se mofa e irrespeta al creyente en igual y criticable condición intelectual y emocional que el fundamentalista religioso.
El periodista y en particular el caricaturista goza de un poder que no desdeña. “Una imagen vale más que mil palabras”, pero ese poder del que goza puede desviarse y de hecho se ha desviado para la propaganda, el agravio, la falsedad, la injuria o la generalización imprecisa. Pero también ha marcado diferencias y ha señalado con mayor precisión sobre los desmanes de otros. Sin embargo, el fundamentalista religioso, el islámico particularmente hoy, no pierde su tiempo en las ramas y da el hachazo a la misma raíz de la sociedad moderna cercenando vidas humanas. Mientras en otras latitudes se establece el camino de los tribunales para dirimir las diferencias, hay estas otras regiones donde no hay un camino jurídico que andar, y, entonces, una civilización milenaria se conjuga con atraso y barbarie, por ejemplo, honrándole actualidad sanguinaria a la lapidaria frase de “ojo por ojo y diente por diente”.
Cierto es que quien pide y exige respeto a la libertad de expresión debe saber honrarla con responsabilidad. Y, en el caso de las creencias religiosas, ese honrar con responsabilidad es exigirse respeto hacia quienes profesan tales creencias, no importa que no las comparta. En esa misma línea, no debe esgrimirse el argumento de la libertad de expresión para herir o lastimar el sentimiento religioso de las personas. Pero, en el caso de alguna intransigencia, esa intransigencia no es más grave que la que enarbolan a diario los grupos fundamentalistas del Islam. Europa lo empieza a vivir. ¿Le damos la oportunidad a América?
Quienes exigen respeto a sus creencias religiosas deben ser los primeros en respetar tales creencias y respetar la vida. El extremismo islámico no está contemplado en la palabra de Mahoma. El desprecio absoluto por la vida humana no sale de la boca del profeta. La dilapidación pública de la mujer es un irrespeto a la dignidad de la persona, el traqueteo de metralla, la bomba oculta entre las amplias ropas de una mujer virgen o de la madre de uno o más hijos, el secuestro y el asesinato no son parte de ningún versículo de ningún libro sagrado. Los crímenes de cada día contra hombres, mujeres y niños que llevan a cabo los brazos militares y políticos de los jefes religiosos del Islam, ¿quién los rechaza?
¿Cuándo se moviliza el mundo diplomático y los gobiernos con igual maestría y prontitud? ¿Cuántas veces se le ha imprecado a quienes llevan a cabo tan salvajes acciones para que se excusen? ¿Cuántas veces se ha obligado a renunciar al director de alguno de sus medios de comunicación escrita, hablada o televisada por hacer, como a diario hacen, apología del delito? ¿O es acaso que se le está dando la razón a la fuerza de la violencia?
Claro está que para unos, la irreverencia de una imagen dibujada es más seria e ignominiosa que la de una fotografía con cuerpos desmembrados de víctimas y victimarios, para lo que no se requiere edad ni género sino un propósito. En el caso que nos ocupa la atención hoy, propósito impío, para Occidente y, pío, para Oriente. Mientras no enfrentemos con firmeza y rectitud la protección y la honra de la vida humana, nos convertiremos en un objeto más de quienes la pisotean y la burlan diariamente, en nombre de otro, nombre que también injurian cuando les conviene, o nombre que vindican, para sus fechorías.
El autor es médico