No hace ni 20 años al ir de visita al supermercado probablemente lo hubiese recibido con cebollas escuálidas, porotos pétreos y papas de muy mala apariencia. La gradual apertura al comercio agrícola internacional durante la década pasada ha significado un incremento en la variedad y calidad de estos productos. Desafortunadamente, estos cambios han beneficiado principalmente al pequeño grupo de compradores que puede costear la nueva oferta agrícola internacional, dejando a la gran mayoría de los panameños sin percibir los beneficios del libre comercio, es decir mejores productos locales e internacionales a precios más bajos.
Los gobiernos de turno han interpretado esta situación como prueba de la necesidad de mantener aranceles para así limitar las importaciones de productos agrícolas. Lo que el gobierno –éste, el anterior y el que vendrá– no le explica al ciudadano es que los beneficios del libre comercio han sido diluidos por los efectos de la burocracia y rondas de negociaciones innecesarias que se mal interpretan como comercio internacional.
Como muestra, solo toca examinar las negociaciones de la quinta ronda de los tratados comerciales con Estados Unidos del mes pasado. Detrás de estas negociaciones se esconde la idea equivocada que el comercio internacional ocurre entre países y por consiguiente necesita de la intervención del Gobierno. En realidad, el comercio internacional ocurre entre personas: entre un vendedor de un producto de alta calidad y bajo costo que reside en un país, y un comprador, que por cosas de geografía, vive en otro. En esta transacción no se necesita de un gobierno determinando, como en efecto se hace en las famosas negociaciones, que Panamá le puede vender 10 libras de alitas de pollo a Estados Unidos y Colombia le puede comprar a Panamá puerco liso a un balboa la libra. El gobierno, en su limitada capacidad de adquirir y analizar información, es el menos capacitado para tomar estas decisiones. Solo el vendedor y el comprador tienen el interés y el conocimiento para determinar cuánto comprar y a qué precio.
Este problema hace de las negociaciones un proceso no solamente ineficiente sino también innecesario. Pero los problemas de este proceso no terminan allí. La situación se complica porque, por su propia naturaleza, las negociaciones suelen terminar en compromisos que solo benefician a los productores locales y demuestran los poderes de persuasión y flexibilidad de los burócratas negociadores. Por ejemplo, en esta quinta ronda de negociaciones se decidió que Panamá compraría más cebollas gringas, incrementando la cantidad disponible de este producto en menos de un 1%. Igualmente, se decidió que los aranceles (o impuestos) a la cebolla y el poroto importados se eliminarán en 15 años. Sí, así como lo lee: después de cinco rondas de negociaciones, decenas de estudios de demanda y oferta, consultas con productores agrícolas y el trabajo de una gran cantidad de economistas y políticos de Estados Unidos y Panamá, la cantidad de cebolla en Panamá se incrementará en menos de un 1%. A pesar de que los productores agrícolas han tildado de "traidor" al Gobierno por este compromiso, no hay que ser economista para saber que este 1% no disminuirá el precio de la cebolla y que muy pocos se beneficiarán de estas rondas de negociaciones.
Lo que es más difícil de entender es por qué los consumidores, usted y yo, nos quedamos callados y dejamos que esta situación continúe. Parte del problema es que los consumidores solo sentimos un pequeño pinchazo del proteccionismo y seguimos pagando un par de dólares mensuales de más por cebollas y porotos nacionales. Por su parte, un pequeño grupo de productores agrícolas recibe ese par de dólares mensuales que llegan a sumar millones de dólares al año. Es decir, los productores locales tienen todos los incentivos para convencer al Gobierno de que debemos limitar la cantidad de cebollas y porotos extranjeros, porque son productos de "primera necesidad" y que cualquier acción contraria es una "traición" a este país. Y así como usaron este argumento para justificar la entrada limitada de cebolla y poroto, también lo usarán para prevenir la entrada de los otros productos que serán negociados en el futuro.
Cuando les presento estas consideraciones a productores agrícolas, la mayoría me responde que Panamá necesita de los aranceles para protegerse de países como Estados Unidos, que regalan millonarios subsidios a sus productores y dan incentivos para la innovación de la producción agrícola. Cuando escucho esto, solo puedo pensar en cómo millones de consumidores panameños nos podríamos beneficiar de una gran variedad de productos más baratos, y de mejor calidad, gracias a las políticas equivocadas de los gringos.