AVANCES.

La ciencia en Panamá, una esperanza

En Panamá, hoy en día, hay muchas cosas que están muy mal. Promesas que se han tornado palabrería sin crédito, imágenes públicas revolcadas en la lama de su propia ignominia, mareos y zarandeos por altibajos en las encuestas y un país entero con los nervios puestos en vilo por tantas tribulaciones y por la rabia que nos infunden la estulticia, el cinismo y/o la negligencia de muchos de los que nos gobiernan en los tres órganos del Estado.

Pero, haciendo honor a la contundencia de los hechos, faltaríamos a la verdad diciendo que todo se está haciendo mal. Hay instituciones llevadas con mucha madurez, profesionalismo e inteligencia y que hoy están sembrando para el mañana. Uno de esos casos es la Secretaría Nacional de Ciencia y Tecnología (Senacyt), una institución importantísima, que debería ser objeto de más atención por parte de todos en este país.

Hace cinco años, el profesor Simón Gonzáles escribió un artículo denominado Oscurantismo Científico, en donde se rendía cuentas de cómo, en cortos ocho meses, la torpeza de los anteriores administradores de esta esfera acabó con la obra avanzada de años en el terreno de la institucionalización de la ciencia nacional. El año pasado, en medio de la campaña electoral, publiqué en el diario El Panamá América un trabajo llamado "El quinquenio perdido de la ciencia en el país". Allí, luego de hacer un recuento de la enorme cantidad de actos malintencionados, de extravagancias incompetentes y de costosos desaciertos de la pasada administración en el terreno científico, decíamos con bastante amargura que "...al igual que en muchas cosas, tocará a otros recoger los platos rotos y comenzar de cero nuevamente...". Quien fuera que ganase las elecciones, tendría que enfrentar el patético desmadre en que quedaban la Senacyt y todo el sistema nacional de investigación y generación del conocimiento en nuestro maltrecho país.

Ya han pasado trece meses desde el cambio de autoridades y tenemos que reconocer la valía de los esfuerzos del doctor Julio Escobar al frente de la Senacyt. Con una visión bastante clara, le ha dado un vuelco cualitativo sustancial a factores clave para el desarrollo científico nacional, como lo son el financiamiento directo a las actividades de investigación y a la formación de recurso humano calificado. Y lo ha hecho sin grandes fórmulas mágicas: sencillamente emprendiendo una reorientación radical de las prioridades presupuestarias de ese despacho. Lo que ayer eran gastos irracionales y despilfarros dedicados a pagar jugosos salarios en una institución elefantiásica llena de burócratas, ahora son recursos redirigidos a financiar verdaderos proyectos de investigación científica y desarrollo tecnológico, gestionados de una manera coherente, inteligente y, sobre todo, sometida al escrutinio público (algo bastante inédito en este país).

Es cierto que hay muchísimo por hacer aún. Hay que desarrollar aspectos concurrentes importantes, tales como lograr la mejora sustancial en la eficacia del sistema educativo en sus niveles básico y medio. Hay que enfrentar y resolver el gravísimo problema del caos en el sistema de educación superior nacional.

Hay que incentivar una actitud distinta en el empresariado nacional, alérgico a invertir en empresas de nuevo tipo, ajenos a una mentalidad favorable al riesgo y con visión hacia la exportación.

Hay que formalizar y dignificar la carrera del investigador científico en el país. Hay que organizar al entorno científico y académico y hay que proveerle de herramientas financieras y legales para su fortalecimiento e imbricación con la comunidad global del conocimiento. Y hay que conjurar la apatía, la necedad o la animadversión de toda la mal llamada "clase política", una tarea formidablemente compleja en este país y que tanto ha afectado a la endeble institucionalidad de la ciencia panameña, especialmente luego de cada ciclo electoral.

Un indicador muy cercano respecto al grado de seriedad con que los gobiernos abordan la relación entre conocimiento y progreso social es, definitivamente, el nivel de gasto social en tareas de ciencia y tecnología. O sea, cuánto invierte la sociedad toda en producir, difundir y utilizar el conocimiento. Los países desarrollados y las economías emergentes más avanzadas dedican enormes recursos a desarrollar capital intelectual, a invertir en investigación y a fomentar creativamente su apropiación social.

Pero en países como el nuestro, la situación es desastrosa.

Hace apenas unos días, tres premios Nobel reunidos en México declararon, en el diario La Jornada, que: "...El principal problema de la ciencia en el mundo es que depende de tomadores de decisiones políticas que se basan en la ignorancia y no en el conocimiento..." a la hora de decidir las prioridades del gasto y de invertir recursos de cara a edificar para el mañana.

Panamá gasta cifras irrisoriamente ridículas en el apoyo a la ciencia y lo que hace Julio Escobar es "multiplicar los panes y los peces" o sea, milagros con lo poco que se le asigna, mientras que cada año, los anteproyectos del Presupuesto General del Estado llegan a la Asamblea plagados de líneas que representan vulgares fatuidades y despilfarro de recursos públicos financiando boato, prebendas y extravagancias politiqueras. ¿Hasta cuándo?

El programa de gobierno del señor Torrijos, en su punto cuarto (La ruta hacia el primer mundo: innovación, ciencia y tecnología) asumió diez compromisos estratégicos respecto a la ciencia en Panamá.

Ya es hora de que estos compromisos excedan el dominio de la retórica simple por parte de nuestros mandatarios y de que se traduzcan en un refuerzo financiero sustancial a la Senacyt y en un apoyo político decidido hacia su director.

El presupuesto de 2006 nos dirá si las esperanzas levantadas y los logros evidentes de hoy, tendrán o no un mejor mañana. Crucemos los dedos.

El autor es bioquímico y docente universitario


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