TRAGEDIA.

El color de Nueva Orleans

Con ese morboso tinte ideológico y la maestría para desinformar de la dialéctica marxista, cristianos y fariseos se han dado a la tarea de pintar de negro la incapacidad de los políticos y gobernantes norteamericanos para evitar la muerte y desolación de miles de personas y aliviar -a tiempo- los estragos dolorosos y las cuantiosas pérdidas a su economía, que han producido los endemoniados vientos y lluvias de “Katrina” y las recias aguas libertinas del hermoso río Mississippi. Considerar a “Katrina” una tormenta grado 3 cuando ya era 4-5, ignorar las previas advertencias de que los diques que protegían a la ciudad por debajo del nivel del mar cederían tarde o temprano a tormentas superiores y no evacuar a los ciudadanos con la eficacia y prontitud requeridas fue una pretensión nefasta y delictiva.

Quienes han vivido en Nueva Orleans conocen que ella es una ciudad de negros, como otras ciudades del sur de Estados Unidos. El jazz es de negros. El baloncesto, como otros deportes, es de negros. La fotografía, la pintura y la música la hacen los negros. El crimen callejero y el crimen de cuello blanco es de negros. Los dirigentes y líderes políticos son negros. El French Quarter es de turistas blancos y amarillos, algunos mestizos y mucho menos negros de otras partes. Los hospitales se abarrotan de pacientes negros y los médicos y enfermeras son -nada despreciablemente, negros-. Hay notables blancos en todas esas actividades, pero son minorías y no constituyen la masa visible de la región. Entonces, ¿de qué color es Nueva Orleans?

Nueva Orleans es una ciudad pobre, con gentes pobres y ricas. Lo es todo el estado de Louisiana. La miseria y la muerte la rondan hace rato. Ante cualquier desastre natural, anunciado o no anunciado, quienes sufren los peores resultados son los pobres y, entre los pobres, los más pobres. En Estados Unidos, a pesar de que hay negros muy ricos, los negros califican entre los más pobres, muy cerca de los indios. ¿Dónde es diferente? Entonces, debe quedar claro que ni el color de la piel ni su abultada presencia en los rangos de la pobreza son una hechura de un particular, sino, más bien, un realidad injusta, innecesaria y nada cristiana que vemos a nuestro derredor y en el derredor de otros.

Nueva Orleans ha sufrido consecuencias inhumanas del embate de “Katrina” no por negra sino por pobre. La pobreza de sus gentes, de sus instituciones, de sus iniciativas, de sus directrices y de sus logros. Esa pobreza no tiene color. El color estaba allí antes. La pobre respuesta inmediata y la falta de planificación para grandes desastres naturales es fácil respuesta cuando ante el duelo y el dolor se pasa de la primera fase de negación a la segunda fase de buscar culpables. ¡Claro que hubo todo de ello! Pero que no se le achaque al color de las gentes porque entonces, en Nueva Orleans, se puede decir que fue un problema de negros contra negros y eso ni es preciso ni es justo decirlo.

La lucha que se merece la humanidad es contra la pobreza, contra la apropiación de la libertad y la dignidad de la persona humana, contra las abismales desigualdades sociales, contra la detestable pésima distribución de las riquezas y los bienes frente al hambre. la enfermedad, la no escolaridad y la ignorancia de mayorías que merecen oportunidades de desarrollo y crecimiento por el solo hecho de su condición de seres humanos.

En esa perspectiva, la conservación del ambiente y sus riquezas, el respeto a la Naturaleza y sus propiedades, el propio reconocimiento de lo que es el progreso y para qué la tecnología son pasos necesarios que tienen que dar todos los países del globo, con las gentes por delante de sus gobernantes.

El autor es médico pediatra

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