Caius Apicius De EFE MADRID, España. -Hace unos días se celebró en Valladolid un importantísimo Congreso de la Lengua Española, vínculo que une a unos 400 millones de habitantes del planeta y que, como toda lengua viva, es permeable, guste o no a los puristas, a palabras que vienen de otros idiomas.
Del inglés, hoy; del francés, antes, además de enriquecerse con todas las aportaciones de las lenguas americanas anteriores a 1492; americanas son, en efecto, palabras tan cotidianas como chocolate o tomate, por no citar más.
Ocurre que en el tema que nos ocupa cada semana, la gastronomía, en español hay un montón de palabras que los antes citados puristas rechazan... inútilmente.
Son, en su inmensa mayoría, vocablos que proceden del francés, que, no lo olvidemos, es el idioma de la gastronomía, la lengua de la cocina.
Hombre, podemos discutir la oportunidad de aceptar, en el Diccionario de la Real Academia, la palabra entrecot, del francés entrecote (con acento circunflejo en la o), que significa entrecostilla y puede traducirse perfectamente por chuleta; pero, como ya decía Emilia Pardo Bazán a principios del siglo XX, nadie piensa que se pueda traducir tournedós por vuelta de espalda, ni que, a estas alturas, alguien pida en un restaurante hígado graso -da repelús, ¿verdad?- en vez de foie gras...
Eso sí, llamamos endivia a lo que los belgas, padres de la criatura, llaman chicon en francés o witloof en lengua neerlandesa, que no se debe confundir con endive, la lechuga. No vale la pena pelearse para llamar al risotto arroz cremoso, ni, mucho menos, españolizar spaghetti en espaguetis, una palabra tan ridícula como el engendro de güisqui por whisky.

