Hace algunos lustros en la Revolución Socialista cubana se dio un interesante y trascendental debate que giraba en torno al partido y al Estado, tema que hoy día en la política latinoamericana sigue teniendo vigencia. Si no me equivoco, fue el Dr. Guevara (Che) y también el doctor en leyes Fidel Castro Ruiz quienes alertaron y combatieron la teoría sectaria y excluyente de identificar el partido con el Estado. El peligro era real, se estaban transpolando relaciones propias del colectivo político como si fueran del Estado. Está desviación en esos tiempos propiciaba ciertas directrices que resultaban sectarias, perdiendo de vista que el Estado es una entidad que formalmente se sobrepone por encima de las clases sociales y, en consecuencia, aparece representando por lo menos en teoría el interés general de la sociedad. En el fondo subyacía el concepto o la filosofía del partido como un fin en sí mismo; la masa dentro de este enfoque quedaba relegada de un Estado que decía suyo y también de un partido que reivindicaba representarla. La historia le dio la razón al Che y a Fidel. Una cosa son las relaciones en el partido y la otra en el Estado. El primero, siguiendo la concepción Graciana, puede expresar el deber ser o ético o guía pero no sustituir el Estado en su función de representante del interés de toda la nación. La razón es sencilla. Todos somos deudores y acreedores del Estado, pero no todos lo somos del partido. De allí que la práctica de manejar el Estado como si fuera el partido, es de lo más funesto para la democracia.
¡El debate continúa abierto!
El autor es abogado
