Al menos en el Pequeño Larousse, edición de 1972, no aparece la palabra "condón". Se brinca el diccionario la palabra desde condolencia hasta condotiero, pasando por condominio y condogenearse, esa última, palabra que por primera vez conozco estaba en mi constante viajar por la letras universales. Pero no satisfecho, busqué la palabra "preservativo" y tampoco aparece. Debe ser, a lo mejor, que forman parte del índice de libros cuya lectura lo llevan a uno directamente al infierno sin derecho a apelación, o ese diccionario pudo haber sido censurado por la Iglesia católica. Busqué otras palabras de grueso calibre y solo encontré "putativo" que nada tiene de vulgar, significa reputado, supuesto, falso: Ej. padre putativo. Debe ser que los diccionarios no fueron hechos para los mal hablados, sino para los bien pensados.
Pero a qué viene esta divagación semántica, si no al análisis del problema del sida en el mundo. No voy a hablar de las miles de gentes que mueren diariamente por este mal; ya dos colegas lo hicieron el pasado domingo 5 de diciembre. Las cifras son espeluznantes, pero la tragedia personal es aun peor. ¿Cómo decirle a un(a) paciente de menos de 30 años que es portador(a) del virus? ¿Que su compañera o compañero sea novia o novio, esposa o esposo, o contacto casual puede estar igualmente infectado? ¿Cómo decirle a una madre embarazada que va a parir a un hijo que quedará indefectiblemente huérfano? No es fácil, y cada día enfrentamos el reto de hacerlo, con palabras comedidas, tratando de llevar un mensaje de esperanza por los avances de la ciencia que han fabricado medicamentos que postergan la muerte. Como salubristas epidemiólogos nos toca esa amarga tarea, no dictar sino comunicar una sentencia de muerte.
¿Pero qué hace la Iglesia católica para mitigar este mal? Encerrarse en sus conceptos tan viejos como la Biblia y pregonar que la abstinencia es la solución. Abstinencia es un concepto superado hace muchísimos años, y nunca concebido y menos aplicado por nuestros ancestros, incluyendo a los curas, quienes tuvieron hijos, algunos reconocidos y otros putativos, como dice el diccionario. La historia de esta patria pequeña está llena de ejemplos que no vienen al caso. No somos los que abren los armarios para que se desparramen los esqueletos contenidos en ellos, pero sí hay que decirlo, la sexualidad forma parte indisoluble del ser humano y su negación es "contra natura". Un cura, como cualquier ser humano, tiene sentimientos, deseos y un potencial masculino. Y negarle su derecho a la sexualidad es negar el principio mismo de su existencia. Pero eso es harina de otro costal.
Instituciones como la Iglesia católica, y por ende el resto de los cultos existentes cuyo mensaje llega a miles de feligreses, deben ponerse al día en el devenir de la historia. El problema del sida debe ser ventilado en sus iglesias sin prejuicios; aconsejar en su mensaje evangélico que se protejan y que hagan de su sexualidad algo responsable, sea con abstinencia, algo imposible, o mejor con condones, un pedacito de caucho que hace la diferencia entre la vida y la muerte.
De otra manera estarán cometiendo un crimen de lesa humanidad. Y habrá un infierno especial para ellos. Un infierno que ni Dante Alighieri pudo concebir, porque están condenando al mundo a un destino que puede ser cambiado, no mediante la intolerancia, sino con sentido común. Y en ese infierno arderán hasta que comprendan que la vida es el alfa y omega de la existencia de la humanidad.
Errar es humano, lo diabólico es perseverar en el error. Palabra de Dios.
