Una vez más, la misma cantaleta. El panameño, desde su comodidad para que los demás le hagan todo, aún no entiende que llegó la hora de que ejerza su deber como consumidor. Afortunadamente para el resto de los terrícolas, los precios de los bienes y servicios en la actualidad ya no los establecen los gobiernos proteccionistas ni los acuerdan los productores ineficientes a cambio de dádivas y prebendas. Hoy día, reitero, los precios vienen determinados por un simple mecanismo denominado “la ley de la oferta y la demanda”.
Pero esta simplicidad viene condicionada a una estricta y enérgica acción por parte de los consumidores: el consumidor debe informarse, debe comparar alternativas y debe presionar con su poder de compra para que los precios bajen. Es el consumidor, al final de cuentas, a través de su compra, el que decide qué precios son los que imperan en el mercado. Por ejemplo, si un consumidor decide y paga cuatro dólares por el galón de gasolina, esa es la señal que le envía a las petroleras y ese será el precio en el mercado.
Ahora, ¿qué ocurre si el consumidor se informa y decide buscar una mejor alternativa? Si actúa racionalmente, entonces comprará a las petroleras con precio más bajo, es decir, por debajo de cuatro dólares. Por una simple consecuencia de la ley de oferta y la demanda, el concesionario que venda a cuatro dólares se quedará con todo su inventario y, más temprano que tarde, bajará el precio, pero únicamente después que el consumidor haya actuado protagónicamente y enviado el mensaje por medio de su poder de compra que no va a consumir el galón a cuatro dólares. Al final, la verdad es que el consumidor es el que determina los precios en el mercado.
Ahora bien, con respecto al combustible existen dos excentricidades dignas de reflexión. Primero, el petróleo es un bien en demanda global. Esto significa que, al mismo tiempo que los consumidores panameños comparan y deciden, existen millones de norteamericanos, chinos, rusos y de cuantas otras nacionalidades pueda uno pensar, comparando precios y decidiendo por las mejores alternativas, por lo que hay que entender que, en consideración al minúsculo tamaño de nuestro mercado, poco es lo que se puede hacer.
Lo segundo es que en una economía dolarizada, como la panameña, y en un mercado cambiario en descenso con respecto al valor del dólar, existe poca maniobrabilidad porque el precio del crudo se cotiza mundialmente en dólares. Es decir, si el dólar se devalúa, como consecuencia de los desaciertos de Greenspan, Bernake y Cia., el precio del crudo aumenta, por lo que tampoco hay mucho que se pueda hacer al respecto.
Entonces, ¿qué queda por hacer? En realidad, hay muchas cosas sencillas que podemos hacer. Lo primero es no quejarse y actuar en consecuencia. Hay que ahorrar más, consumir menos y tomar medidas de contingencia. Hay que comprar únicamente lo necesario y esperar mejores oportunidades. Pero pedirle al gobierno de Martín Torrijos que congele los precios de los alimentos, al mismo tiempo en que los panameños se gastan millones de dólares en minutos de llamadas celulares, es un exabrupto. Es imaginarse a Bush, después de salvar la crisis inmobiliaria de Fannie Mae y Freddie Mac, congelando los precios del pan en las cadenas Walmart y Kroger. Como dice el dicho, el que quiere celeste, que le cueste... y yo agregaría, ¡y no moleste!
Lo segundo, y más importante, es comparar precios. Lo cierto es que ningún comerciante es estúpido: al ver que su inventario no se mueve y que las petroleras con precios más bajo están abarrotadas, termina bajando su precio para minimizar su pérdida. Es tan sencillo como eso. Pero si los comerciantes ven que el consumidor no está informado, que no lee, no compara, no busca ni decide racionalmente, ¿qué cree usted que ocurre? ¡Aguántesela! Por eso están como están, que no creen ni en precios de paridad y en precios justos.
Entonces, no espere más. Infórmese y compare precios, y póngale fin al contaminado pregón de que los precios están altos. Créanme, no están altos porque los países petroleros son crueles o porque los supermercados lo tienen todo arreglado; están altos porque, consumidores como usted, no hacen su trabajo de discernir y decidir inteligentemente.
