Estamos viviendo ya los días santos y tenemos una vez más la ocasión para acercarnos con una nueva actitud a los misterios de la pasión, muerte y resurrección del Cristo Jesús.
Después de dos años que el Triduo Pascual se vivió con restricciones debido a la pandemia, este año podremos vivirlo con más tranquilidad y serenidad.
La Iglesia, por encargo de Jesús, siempre cumple su misión de llamar a las personas al camino del Señor. Deseo hacer una síntesis de estos hermosos días que se nos proponen a todos los cristianos y a todos los hombres de buena voluntad.
Se trata de lo que hizo Jesús de Nazareth, el Hijo de Dios, Salvador del mundo y redentor nuestro.
El jueves santo recordamos la última cena que Cristo tuvo con sus discípulos, en la cual Él nos regaló el mandamiento del Amor, el sacerdocio y la Eucaristía, dones por excelencia que nos edifican y santifican.
Cristo nos manda a lavarnos los pies unos a otros, servir con alegría desinteresadamente; a amarnos unos a otros ayudando a los menos favorecidos con lo material y el consuelo espiritual; y, por supuesto, a celebrar el memorial de su pasión en la fracción del pan.
El viernes santo la actitud del silencio es el medio para orar. De manera especial pedimos por los que sufren el flagelo de la guerra, la muerte, la cárcel, la enfermedad, uniendo nuestros sentimientos a los de Cristo, nos solidarizamos con los menos favorecidos.
La pasión de Cristo me debe llevar a preguntarme: ¿Cómo está mi relación con Dios? ¿He perdido su amistad? ¿De qué debo purificarme? ¿Cuál es el mal que he causado con mis malas acciones? ¿Creo que Jesús puede curarme de mis rencores, pecados y esclavitudes? ¿Realmente quiero que el Señor cambie mi propia vida?
Es una oportunidad para pedir perdón profundamente a Jesucristo, pedir que se apiade de nosotros, de nuestras familias y de nuestra nación y del mundo entero.
Durante el sábado santo, aún reina el silencio esperanzador, y al caer la tarde hacemos un recorrido por toda la historia de la salvación en la Vigilia Pascual, en la cual Dios se hace presente y continúa caminando con nosotros.
¿Por qué y para qué se entregó Cristo? Por amor a nosotros y para demostrarnos que su misericordia llega hasta el extremo. Es en su gloriosa resurrección que nuestra fe tiene su fundamento. Por eso nos llenamos de alegría pascual y adornamos nuestros templos. El júbilo y regocijo reinan en todo este tiempo, porque Jesús resucitado nos regala una vida nueva.
No perdamos esta oportunidad de vivir estas fiestas que son el centro de la vida cristiana, pidiendo al Señor que el Amor de Cristo reine en nuestros corazón.
De una manera especial, tengamos en nuestra oración a los hermanos que viven la guerra en Ucrania, los que no tienen trabajo, y a quienes se sienten solos.
Que estas fiestas nos ayuden a crecer en vida cristiana. ¡Feliz Pascua de resurrección!
El autor es sacerdote


