A tan solo horas de la definitiva elección a Presidente en Colombia, se afianza la tendencia en las argumentaciones esgrimidas por los animadores que pretenden inducir a más y más adherentes a la campaña de Antanas Mockus, y por el propio candidato, a apartarse del sentido que en general se venía manejando en la competencia proselitista, de probidad y decencia, que el candidato logró irradiar al público. Así lo evidencian sobre todo los ponzoñosos mensajes electrónicos, frutos no de la filosofía inicial de la campaña, sino del rencor suscitado por el retroceso en el favoritismo público. Es decir, falló el arma que se decía más significativa: la inteligencia. Cuesta trabajo entender que la tan pulida metodología de un profesor excepcionalmente pacifista y ultra civilizado, haya sufrido en la puerta del horno, el peor de los traspiés, que la necedad de sus adeptos le haya aturdido hasta hacerlo caer en la falla condenada per se por todos los filósofos: la irreflexión fruto de la ofuscación.
En su desespero, los “mockusistas” y su líder han caído en lo que dicen combatir: el todo vale; así han pasado de las insinuaciones tendenciosas a las afrentas indiscriminadas y gratuitas; ellos son los buenos y el resto de la Nación es perversa. Tal narcisismo ha sido ya leído por los colombianos que perciben en el candidato Mockus, la característica gravemente significativa en quien pretende rectorar una nación: que sus fundamentos no eran tan firmes y ante la adversidad su proclividad los descendió hasta el desquicio. Desquicio, porque no es de la normalidad de un personaje de las ventajas intelectuales y de la ecuanimidad, atribuidas a ese candidato, que trastabille al pronunciarse en defensa de las autoridades y de las acciones legítimas, como la que culminó con la muerte en territorio ecuatoriano de alias Raúl Reyes, el compañero de la hija de alias Tiro Fijo, jefe máximo de las FARC, ni menos aun que se deje arrastrar al foso irredento de la torpe oposición a todo, hasta a los sentimientos de las mayorías.
Como efecto de ese todo vale, la campaña de Mockus pretende eclipsar los logros del Gobierno con la tan cacareada corrupción, ignorando que precisamente Álvaro Uribe fue quien le puso el cascabel al tigre, ese tigre que se venía cebando por décadas, llegando a extremos como que el gobierno de César Gaviria le permitió a Pablo Escobar, el más abominable de los mafiosos, la construcción de su palacio bunker, protegido por fuerzas del Estado (“la catedral”), desde el cual siguió dirigiendo el envenenamiento humano con la coca, y las más horrendas masacres, incluyendo el patrocinio a la guerrilla del M–19, en la toma del Palacio de Justicia, y la destrucción de todos los expedientes relativos a los extraditables. Otro músculo financiero, el del cartel de Cali, hace 16 años catapultó a la Presidencia de la República a Ernesto Samper, para que la corrupción danzara libérrima además en la Contraloría, en el Congreso (escuela Santofimio) y, en fin ...
La horrible noche empezó a cesar en 2002 cuando el pueblo aclamó a Álvaro Uribe como Presidente, reeligiéndolo en 2006, al ver que no solo había enfrentado a la bestia corrupta, sino que dio su apoyo total a las Fuerzas Armadas para atacar a las terroristas FARC.
Otro exabrupto de Mockus consiste en rechazar las actitudes de Uribe y de Santos en apoyo a las instituciones militares. En contraste, Santos, ha exhibido sobradas evidencias de coherencia en sus propuestas y ha sustentado con propiedad y sin triunfalismos sus tesis, entre ellas la de estímulos a las FFAA.
Todo ello para completar, en esta época en que los colombianos corean a pleno pulmón, las gestas militares que se han convertido en cátedras para el mundo, de astucia, valentía y absoluto respeto por la vida, aun de los terroristas salvajes.
En efecto, se conoció que asegurada la célebre Operación Jaque, el Ejército disponía de la ubicación precisa de los terroristas de las FARC, no obstante, nunca se dio la orden de acabarlos, de suerte que ni un rasguño se les causó. El pasado domingo, en una gesta quizás perfecta, como se supo, el Ejército rescató a cuatro militares que permanecían secuestrados, humillados y torturados por las FARC; el presidente Uribe, como comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, en vez de ordenar el ataque a los bandidos, se dirigió a ellos recomendándoles que antes de terminar fusilados por el Secretariado de las FARC, buscaran la mano tendida del Gobierno, como lo han hecho más de 30 mil de sus ex compinches, que hoy disfrutan de la paz.
Consecuentemente, los afectos y la imponderable gratitud del pueblo colombiano para con sus Fuerzas Armadas son algo ya además de lógico, visceral; el presidente Uribe goza de la simpatía del 74.2% (con la fatiga de ocho años) y el candidato Santos le sigue con el 67%.
Es decir, el profesor Mockus, o sus adeptos, arrojaron por la borda el hálito que había cautivado a millones de colombianos: la inteligencia, la cordura, la rectitud y el pacifismo. Y se han ingeniado los mejores recursos para perder las elecciones que hasta hace dos meses tenían ganadas. No habrá entonces para qué escudar su derrota en supuestos fraudes ni en otros subterfugios. Mil gracias.