Comenzó su vida pública (allá por sus años mozos) como trotskista. Solo Dios sabe por qué y cómo el trotskismo lo condujo al gnosticismo, que nunca comprendió, lo que no le impedía utilizarlo y tratar de hacerse pasar por su único intérprete autorizado. En el viaje se descarriló de nuevo y comenzó a ver conspiraciones hasta en la sopa. A manera de ejemplo: en una ocasión memorable acusó a la reina Isabel II de ser la jefa de todos los carteles de todas las drogas. Un loco de tamaño calibre tenía por fuerza que simpatizar con Noriega, a cuyo servicio (me imagino que por dinero) puso su organización y todas sus disparatadas publicaciones. Yo traté de leer varias de ellas y salí con un dolor de cabeza de tamaño familiar.
Decía Humberto Calamari que él no cree en la locura que produce beneficios económicos a los locos. Y las que producía al ñame de LaRouche debieron de ser cuantiosas, porque, cuando yo vivía en Miami, una de las grandes cadenas de televisión transmitió una conferencia suya de media hora (¿Tienes tú idea de cuánto cuesta media hora en la ABC, digamos, o en la NBC?). ¿Quién pagaba esa locura? Ello es que lo que decía el grotesco personaje era tan absurdamente divertido, que yo me aguanté, íntegro, su discurso.
Gracias a Dios que en aquel entonces estaba en su apogeo el programa Saturday Night Line Live; a la semana siguiente apareció el genial Al Franken, disfrazado de Lyndon LaRouche (sus maquilladores se las habían arreglado, incluso, para coronar el conjunto con una gloriosa calva). Habló con el mismo metal de voz del modelo parodiado, dijo las mismas estupideces, pero las enriqueció con algunas de su propia cosecha. Recuerdo que habló de la monstruosa conspiración de la reina inglesa y del Papa para introducir polvo de cocaína en todas las fosas nasales del mundo. También se refirió a Henry Kissinger, como a that notorius child molester. Me entró un ataque tal de risa, que costó Dios y ayuda contenerlo. Como el original, para el imitador todo era "una monstruosa conspiración mundial". Y hasta eructaba, como aquél, cada cinco minutos. En Estados Unidos LaRouche era objeto de irrisión y de ludibrio, y blanco de todos los cómicos de televisión. A buen palo se ha arrimado Chito Montenegro.
Que yo sepa, en Panamá solo lo han tomado en serio Noriega, Bush (el de Colón), Mario Rognoni y ahora Chito Montenegro, a quien un día de estos el toro se va a ver obligado a rogarle: no me defiendas, compadre, porque vas a acabar de hundirme. Aunque el mismo toro haya hecho en este sentido un magnífico trabajo. No solo por su lamentable respuesta pública a las acusaciones muy concretas y documentadas que le formuló el contralor, sino porque los dólares que tenía apuñalados for a rainy day, en el ínterin se multiplicaron como conejos. Y por si alguien tuviera alguna duda, el mismo toro se ha encargado de disiparla pidiéndole al PRD que lo postule para el PARLACEN. (Por eso de la inmunidad, ¿sabes?). Lo cual equivale a una confesión.
Hay un aspecto de LaRouche, que no he tocado. Recuerdo que la noche antes de que le cayeran enormes tejas sobre la testa al querido Manuel Antonio, vi en la CNN un programa que me llamó la atención. Un viejita se quejó al locutor de que Lyndon LaRouche le pidió a ella, así como a otro montón de viejitas y viejitos, mil dólares, prometiendo devolvérselos duplicados. Es decir, que los viejitos recibirían 2 mil dólares cada uno. Cuando ella reclamó los suyos, LaRouche le contestó que se los daría cuando la prensa gringa dejara de atacar a Noriega. Al día siguiente The New York Times desplegó en su primera página el sensacional reportaje de Seymour Hersh, y en la noche NBC transmitió los resultados de la investigación de Marvin Kalb sobre nuestro torvo dictador.
Esto fue antes del discurso de Lyndon LaRouche por la cadena. El Gobierno gringo, por lo visto, se la haló, porque LaRouche pasó varios años en la cárcel por estafador.
