La democracia es una forma de gobierno cuyo principio general es la participación del pueblo en el gobierno. De origen griego, la palabra significa gobierno del pueblo. No obstante, esta forma de gobierno, a pesar de su sentido literal, no se practicaba como la simple participación del pueblo en el nombramiento de autoridades y en las decisiones de gobierno, tal participación estaba reservada a aquellos ciudadanos que tuviesen ciertas condiciones para calificar como actores en ella, incluso, para algunos pensadores de la época podría confundirse con el gobierno de la muchedumbre, forma de gobierno que la calidad intelectual de la sociedad griega clásica no vería como la mejor.
Hoy el concepto ha evolucionado de tal forma que podemos encontrar países con ideologías de izquierda y derecha que se autodefinen como gobiernos democráticos. Esto es viable, pues la democracia es una forma de gobierno y los fines del Estado operan en el marco ideológico, que es otra esfera dentro de la teoría del Estado.
Ahora bien, actualmente se interpreta como democracia la facultad del pueblo a participar en el gobierno mediante la elección de representantes, originándose lo que se conoce como la democraciaindirecta. Esta posición ha llevado a crear un proceso degenerativo de los principios democráticos, en especial cuando la manipulación y control de los votantes caen en manos de partidos políticos sin plataformas ideológicas, creados y destinados de manera exclusiva para la aventura electoral, o cuando surgen esas figuras de caudillos y líderes populares que arrastran a las masas de manera emotiva, y hasta irracional.
De esta forma, los partidos políticos comienzan a arrebatarle a los votantes el poder político, reduciéndolos al simple papel de instrumentos electorales, los que, una vez consolidado el triunfo partidista, quedan supeditados a la voluntad y designios de sus gobernantes. Pero la verdadera teoría democrática no se reduce al mero sufragio y a la entrega del poder político incondicional a los gobernantes, criterio equivocado y malsano que normalmente anida en la mente de los gobernantes elegidos. Peor aún, se están utilizando estos criterios degenerados de la democracia para enquistar y perpetuar clases políticas bajo las figuras de reelecciones indefinidas y otorgamientos de facultades gubernamentales casi ilimitadas.
La democracia tiene como fin garantizar al ciudadano el goce de su libertad y derechos en función de lograr un ambiente general de mejor calidad de vida, sin enajenar la soberanía popular. Por esta razón el poder debe ser controlado mediante una verdadera separación de los poderes del Estado y evitar que un solo poder determine a los restantes, síntoma claro de una democracia degenerada.
Esto se puede remediar con la introducción constitucional de figuras que permitan la fiscalización de la utilización del poder por cuenta de los gobernantes como: la revocatoria de mandato directa y no mediatizada por los partidos políticos, el rendimiento de cuentas de todos los funcionarios electos, la iniciativa legislativa, el referéndum y el plebiscito; no instituirlos ni ejercerlos es vivir engañados bajo la sombra de una democracia degenerada.