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Trump

Despelote a la vista

Despelote a la vista

Mi próximo artículo será el 6 de noviembre. Para esa fecha, habrán pasado las elecciones de Estados Unidos, y seguramente sabremos quién ganó, aunque dudo que no haya algún enredo andando en ese momento. El accidente ese que vive en la Casa Blanca desde hace casi cuatro años, ya advirtió que si él no gana, es porque se hizo trampa y pudiese no aceptar su derrota. Ya saben, él siempre tan democrático.

Estados Unidos lleva cuatro años viviendo una distopía estilo película de Christopher Nolan. Parece mentira como una sola persona puede arreglárselas para hacer de un país que por décadas fue modelo de sociedad democrática (obviamente, con sus defectos), una parodia de nación desarrollada. En todo este tiempo, Donald Trump ha acumulado más exabruptos que los últimos tres presidentes de Estados Unidos, todos juntos.

Y no me refiero solo a temas de política económica, social, educativa o de salud, que están sujetos a las ideas de cada quien. Tampoco creo que haya que recurrir a “manipulaciones de los medios para perjudicarlo”. Solo citando palabras que vimos salir de su gaznate en la televisión, es suficiente para entender lo que le pasa a un país cuando gana una elección un tipo socialmente disfuncional.

Partamos de la base que Donald Trump no se comporta como una persona normal, aún sin entrar en los detalles de su cabello anaranjado y su peinado de setenta mil dólares anuales. Según la definición de la RAE, “normal” significa “habitual u ordinario” o “que sirve de norma o regla” o “algo que por su naturaleza, forma o magnitud, se ajusta a ciertas normas fijadas de antemano”. Cualquiera de las tres acepciones aplica al ejemplo. Este tipo ha despedido a más miembros de su gabinete que ningún otro presidente; cada vez que tiene la oportunidad insulta, pone motes y se burla de hombres y mujeres que están a su alrededor; hace alarde público de su inteligencia; habla con un vocabulario propio de un niño de sexto grado; disemina teorías absurdas de conspiración, y miente con una tranquilidad de nivel clínico.

Los principios éticos de Trump no ocupan todos los dedos de las manos para enumerarlos. Ya en 2016, hacía alarde de su inteligencia por evadir el pago de impuestos. Además, durante su presidencia, ha usado fondos públicos para pagar a sus hoteles y campos de golf, que siguen siendo manejados por sus hijos, quienes además son parte del personal de la Casa Blanca.

Y no olvidemos la joya de su moralidad, cuando se jactaba de que, si uno es famoso, le puede agarrar la entrepierna a cualquier mujer y ella lo tolerará. Lo de los pagos a prostitutas y actrices porno para que no denuncien sus aventuras, se presta para que cada quien lo crea o no. Y tampoco me parece que dañe más su imagen.

Y entonces, después de sacar a Estados Unidos del Pacto de París contra el cambio climático, de burlarse de sus aliados, de servir de alfombra (o de papel higiénico) a Putin, de separar familias en la frontera y alimentar todo el odio, la división y el racismo durante sus primeros tres años de gobierno, llegó una pandemia. Y todo se fue a la porra. El manejo que le ha dado a la crisis del coronavirus ha sido un desastre. Comparado con muchos otros países desarrollados, sus números dan vergüenza. Solo como ejemplo, Estados Unidos ha aportado el 20% de los muertos por la pandemia.

Las medidas tomadas para enfrentar la crisis han sido erráticas, muchas veces ajenas a la evidencia científica y priorizando el efecto que cada medida pueda tener en el resultado electoral, en lugar de proteger la vida de los ciudadanos. Insiste que la enfermedad está controlándose, cuando esta semana ha habido récord de casos y hospitalizaciones. Promete medidas, tratamientos, vacunas y resultados que no tienen ningún tipo de soporte en evidencia científica. Y, como cereza del helado, desde que se enfermó, ha hecho lo contrario a lo que recomiendan las autoridades. Y hasta ahora, se ha dado a la tarea de organizar eventos masivos sin máscaras, sin distanciamiento social y sin control. Como sus payasadas hacen aplaudir a su manada de seguidores, a él no le importa un pepino la salud de nadie. Sus prioridades son sus propias obsesiones.

La inmensa mayoría de las encuestas hacen pensar que su reelección es muy complicada. La diferencia con Biden en los estados claves es muy amplia para revertirla en una semana. Solo faltan nueve días para las elecciones. Esperemos pasen pronto, y sin sobresaltos... Aunque, honestamente, lo dudo.

El autor es cardiólogo


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