He vivido momentos orgásmicos durante las dos últimas semanas. Varias actividades científicas tuvieron protagonismo en Panamá. Gracias a la iniciativa de ilustres individuos, el despertar de la ciencia panameña empieza a rendir frutos.
Indicasat, un instituto de investigación y alta tecnología, convocó al primer consorcio de ciencia. El liderazgo del nuevo director, Dr. K. S. Jagannatha Rao, motivó un encuentro de profesionales de diversos centros de estudios involucrados en proyectos de experimentación en ramas biomédicas. Una gran cantidad de trabajos realizados y bosquejos futuros fue presentada para deleite de la numerosa concurrencia que se dio cita en el pionero evento.
El Dr. Jorge Motta ofreció una panorámica de las investigaciones en medicina desde finales del siglo XIX, resaltando el camino sembrado por académicos estadounidenses, colombianos y panameños. La Dra. Carmenza Spadafora disertó sobre la historia de ensayos en biomédica básica, enfatizando la rica biodiversidad del istmo como fuente de descubrimiento de enigmas biológicos y potenciales medicinas para combatir enfermedades tropicales.
Apanac, una asociación para el avance de la ciencia, celebró su XIII Congreso Nacional, bajo la estupenda organización del Dr. Blas Armién. El Dr. Mahabir Gupta fue galardonado por sus publicaciones en la obtención de drogas a partir de extractos botánicos. El cónclave fue iniciado por charlas magistrales del Dr. Salvador Moncada, científico hondureño, quien ha sido nominado para el premio Nobel por delinear el mecanismo de acción de la aspirina y del óxido nítrico.
Un vasto número de trabajos de gran relieve llenó la sala de murales, a un nivel sin precedente en convenciones pretéritas. Resultó grato ver la sinergia entre jóvenes talentosos y consagrados maestros, intercambiando anhelos y experiencias, reforzando la necesidad del relevo generacional para dotar de frescura a las instituciones nacionales. Tristemente, la casa de Méndez Pereira sufre de anquilosis en el calendario y no renueva sus cabezas, cuerpos docentes y programas curriculares para adaptarse a tiempos modernos. La Facultad de Medicina es el mejor ejemplo de desidia administrativa y escasez visionaria, carente de reformas palpables desde mi graduación hace ya 30 años.
El despliegue de ciencia culminó con meditaciones filosóficas por la Asociación de Bioética de Panamá (Abiopan), bajo la conducción de los doctores Picard–Amí y Aida de Rivera, exhortando que lo científico se traduzca en provecho de la sociedad. El bienestar del sujeto que participa en investigaciones debe siempre estar por encima de cualquier otro interés. Si bien la filosofía sin conocimiento de ciencia puede llegar a ser charlatanería, una ciencia sin reflexión bioética puede ser deshumanizante.
Por último, debo recalcar el rol de Senacyt en este despertar científico. Mención especial para su primer director, el Dr. Ceferino Sánchez, quien promovió su creación. La administración del Dr. Julio Escobar brindó estándares de primer mundo a la entidad, otorgando becas y patrocinios para proyectos y doctorados. El Dr. Rubén Berrocal está siguiendo la estela de su predecesor. Con creatividad y carisma ha conseguido fondos nacionales e internacionales, forjado la consolidación de la institución y fortalecido el programa de estímulos al ingenio científico juvenil.
El índice de competitividad nos enseñó que de nada sirve instaurar un excelente ambiente macroeconómico y atraer transferencia tecnológica si no mejoramos la educación y cultura científica. Por más sicodélicos rascacielos y centros comerciales que mostremos al turista, el subdesarrollo se respira en cada esquina. Acumulación de basura, escaso civismo, “juega vivo” político, mediocridad laboral, chamanes radiales y televisión chabacana son pan cotidiano. Una juventud adiestrada en ciencia y ética es lo único que nos alejará de superficialidad, indecencia y corrupción.
Urge dotar a Panamá de una marca país. La localización geográfica es nuestro principal activo. Aparte de fortalezas en Canal Interoceánico, Zona Libre, Hub de tráfico aéreo y red bancaria, propongo a la Ciudad del Saber, única en América Latina, como estrategia para atraer inversión científica. Debemos lograr que este envidiable destino se convierta en paraíso para generar negocio y conocimiento (un Silicon Valley criollo). Si soñamos en pequeño, seremos enanos; si soñamos en grande, podríamos ser gigantes. Manos a la hazaña.