Medio saturado de escribir sobre la pandemia y en vista de que los antivacunas seguirán diciendo idioteces, no importa lo que se les explique, hoy cambio el tema. Afortunadamente, la inmensa mayoría de los panameños (especialmente aquellos que piensan) tiene a toda esa gente muy bien clasificada y simplemente los ignoran, mientras se vacunan, como el sentido común indica.
Esta semana, un compañero de la universidad envió a un grupo de WhatsApp un mensaje sobre términos del lenguaje panameño que, según quien lo escribió, “se están perdiendo”. Honestamente, no estoy seguro que se pierdan, pero es un hecho que muchas son parte del lenguaje coloquial de los adolescentes, el cual evoluciona y cambia muy rápidamente.
Desde el punto de vista formal, mi gran amiga, la profesora Berna Burrell (q.e.p.d.), siempre mencionaba que hay dos palabras que solamente se usan en Panamá. Abuelazón, que es una mezcla entre orgullo y ensimismamiento que sufren los abuelos, principalmente al nacer su primer nieto o nieta. La otra es culitranquear, que aplica a no hacer algo con decisión.
Ya con algo menos formal, siempre hemos sabido que los panameños usamos muchos términos que son deformaciones de palabras en inglés. Así tenemos los clásicos chingongo (que en alguna época fue chewing gum), Arraijan (at right hand), guachimán (watch man), tinaco (Tin & Co), camarón (come around) y guial (girl).
Pero la lista de marras incluye otras palabras cuyo origen no está tan claro, pero por mucho tiempo han formado parte de nuestro hablar coloquial. Así que hagamos un repaso de esas palabras y sus significados (esperemos el corrector de la computadora me lo permita).
Para referirse a una persona tacaña, se usan palabras como pilinqui, pichicuma o truñuño. Un pedigüeño es lipidioso y un adulador se conoce como cepillo, cepillón o lambón.
Los golpes también tienen varias acepciones. Así, un cafá es sinónimo de coscorrón y suele ser dado con el nudillo, sobre la cabeza, con la mano cerrada. Luego está el guabanazo, que es un poco más fuerte y suele agarrar por sorpresa a quien lo recibe. El tatequieto es un poco diferente y suele ser un golpe que sirve para que alguien deje de molestar. El soplamoco es usado para referirse a darle un tatequieto a un niño pequeño, y el barrejobo suele ser un golpe muy fuerte que se da con todo el impulso del brazo. La pelonera, propia de los niños, donde se le propinan numerosos manotazos en la cabeza al receptor.
Comer se puede expresar de distintas maneras. Hay quienes usan refinar, siendo la comida el refine. También se usa pebre (que compartimos con otros países de Suramérica).
Una trifulca tiene montones de nombres. Entre ellas, destacan sambapalo, trepaquesube, zafarrancho, despelote o, el menos elegante, verguero. Si hay una discusión sin golpes, entonces será un merecumbé o un revulú. Cuando a alguien le dan su paliza en una pelea, le dieron una tunda o una monguera, quedando añingotao o apambichao. Y si alguien se muere, se lo llevó candanga, pateó el balde, peló el bollo o se petateó.
Alguien con poca habilidad para algo y que no debe ser tomado muy en serio, será chichipati, mantequilla, webas teclas, alelao, bulto, zoquete, pelele, pichaperdía, agüevao (así lo he visto escrito), chimbo o simplemente está en panga. Los clásicos bullys rofean, mientras que a su víctima se le llama congo.
La persona que no cumple su palabra es un bailalavara y el que cambia de opinión muy rápido un guabinoso, mientras el que acusa siempre es un sapo. Una discusión se llama tirayjala y a la nostalgia le llamamos mococoa. El presumido es rareza, farolero, pifioso o con mucho flintin, mientras que el buen amigo es fren, pasiero y, desde hace poco, bro. Alguien poco pulcro será mamarracho, mangajo o desjuañingao. Mientras que el personaje contrario, elegante y bien vestido, estará chainiao o chapot. El descarado es carilimpio, mientras que al influyente se le dice cocotudo.
Otra de las deformidades lingüísticas frecuentes en nuestro país es cambiar el orden de las sílabas, como si se hablara al revés. Así no es raro que alguien pregunte: ¿qué sopá? (que se ha modificado para quedar en qué xopá). Tampoco es raro que se hable de laopé o que a alguien le saquen la damier en una pelea.
Quien tiene miedo está aculillao. Lo que se hace rápido es a balazo. A la plata se le llama chenchén y al de ideas de izquierda, ñángara.
Como mencionamos a los antivacunas, también hay múltiples palabras para describir a quienes no andan muy bien de lo que queda dentro del cráneo. Así, alguien que no legisla muy bien puede clasificarse como ponchi, ñame, tostao, jodido del coco, con una tuerca floja o que le falta un tornillo.
La policía y sus transportes tienen muchísimos nombres. El agente es tongo o paco, mientras que a sus transportes les llaman chota o alacrán.
Después, hay palabras originales que no está claro su origen. Algo que nos gusta está sólido, a la pareja se le llama quitafrío, los o las amantes se conocen como segundo frente y a los trajes de baño de hombre, muy escasos de tela, se les conoce como pichifrío.
Pero, hablando de este tema de hablar panameño, para terminar, cito textualmente una parte de una de las canciones más ingeniosas del admirado maestro Pedro Altamiranda. En su increíble Al estilo panameño, resumió muy bien nuestra muletilla permanente. Si no encuentro la palabra / en nuestra lengua preciosa / la reemplazo por la vaina / que eso si que es cualquier cosa…
El autor es cardiólogo


