Recordar el pasado es un ejercicio necesario, sobre todo en los pueblos que carecen de una buena memoria histórica. Los grandes acontecimientos sociales que consolidaron nuestra identidad nacional, de pueblo con vocación de libertad, no pueden ser condenados al olvido.
En el olvido se encuentran, por ejemplo, la reacción nacional –diplomática y popular– de rechazo a la imposición del Fallo White; la alegría colectiva por el no implícito que dio la Asamblea Nacional al Proyecto de Tratado de 1926; el reconocimiento a los grandes avances que el Tratado General de 1936 significó para la consolidación y prestigio de la personalidad del Estado Panameño; el minuto de silencio que a nivel nacional se dio en la década de 1930 en desagravio por la vigencia del Tratado Hay–Bunau Varilla y que ofendió el decoro de la República; en fin, tantos otros episodios, protagonizados por el pueblo o por patriotas que fueron perfeccionando la soberanía nacional.
Entre las gestas patrióticas escenificadas antes del 9 de enero de 1964, no entregadas al olvido, se encuentra la ocurrida el 12 de diciembre de 1947. Se trata de uno de los acontecimientos que dio arcilla para elaborar una nueva concepción, realmente nacional, de nuestra política exterior. Una política exterior que abogara por el cese del tradicional "Panamá cede". Hasta esa fecha la mentalidad de Estados Unidos era la de concebir a Panamá como una colonia de su imperio. El Tratado Hay–Bunau Varilla mantenía disposiciones draconianas sujetas a interpretaciones del coloso aún más ignominiosas. El "derecho" que presumía tener Estados Unidos "como si fueran soberanos" para tomar unilateralmente las aguas y tierras que quisieran del territorio de la República para la defensa, etc., del propio Canal era una permanente espada de Damocles sobre la integridad territorial. El éxito del Tratado General de 1936 radica en que taxativamente echó por tierra "ese derecho" y la defensa del Canal quedó condicionada a la necesidad de un acuerdo bilateral y a la existencia de una guerra o de un peligro de la misma. Aquí comienza el antecedente inspirador del significado histórico del 12 de diciembre de 1947.
En 1942, en plena conflagración mundial , los gobiernos de Panamá y Estados Unidos aprobaron la instalación de bases militares a lo largo de todo el territorio del país. Alrededor de 114 bases militares extranjeras fueron establecidas. Literalmente Panamá era un país ocupado por tropas foráneas. El Convenio de 1942 establecía que las bases serían desocupadas un año después del término de la conflagración.
La guerra mundial terminó en agosto de 1945 con la rendición del Japón y la Cancillería panameña con previsión y energía recordó al Gobierno de Estados Unidos el compromiso adquirido de desocupar las bases para septiembre de 1946. Estados Unidos se negó, alegando que la guerra no había terminado y que ésta finalizaría al firmarse los correspondientes protocolos de paz y no con la rendición incondicional del adversario.
Panamá consideró inadmisible esa interpretación y tras largos intercambios diplomáticos, la política del "Panamá cede", impropia luego de una guerra que luchó por la dignificación de los pueblos y de las naciones, llevó, empero, al Gobierno, sometido a las presiones tradicionales, a negociar un nuevo convenio sin desocupar las bases.
La juventud (Federación de Estudiantes, Frente Patriótico, organizaciones cívicas, obreras y políticas), vanguardia de estas luchas nacionalistas dio rienda suelta a su propia hoja de ruta en defensa de la soberanía y desde un primer momento estimó improcedente la continuación de la ocupación y mucho más impropia la aprobación de una prórroga porque la condición establecida en el tratado de 1936 ya no podía invocarse, ni existía una conflagración mundial ni existía un peligro de guerra. Ya la paz había sido impuesta por los fusiles victoriosos.
El 10 de diciembre se firmó el nuevo convenio que prorrogaba la ocupación, pero con menos bases militares y a partir de esa fecha el pueblo, con los estudiantes, como gallardos adelantados, rompió el silencio y la tranquilidad colectiva. La lucha contra el nuevo convenio no se dio en los salones de la diplomacia sino en las calles de todo el país. El primer encontronazo violento con las tropas de ocupación nativas, comandadas por José Remón, se dio el 12 de diciembre de 1947. A la altura de la plaza de Santa Ana, tropas de la caballería bajo el comando del oficial Timoteo Meléndez disolvieron con bombas lacrimógenas y con ataques de la caballería la gran marcha. Los institutores, los universitarios, los artesanos y las liceistas, principalmente, en su conjunto todos los estudiantes que participaron dieron muestra de coraje y patriotismo. La marcha, como lo había resuelto la dirigencia estudiantil, se reagrupó en la Plaza Catedral. Allí, un oficial de la policía disparó contra la multitud y dejó inválido para siempre al estudiante Sebastián Tapia. Esa represión incendió al país y dimos por seguro que había entrado en agonía en Panamá el espíritu colonialista del Bunau Varilla.
El 22 de diciembre la Asamblea Nacional rechazó el convenio por unanimidad. Regocijados los estudiantes y todo el pueblo marchamos orgullosamente por toda la ciudad y en la Plaza de Santa Ana, a nombre de los estudiantes, protagonistas estelares del movimiento, expresé: "Ha nacido la segunda República" (El Panamá América 23-12-47). El presidente Truman, al conocer la decisión de la Asamblea Nacional, ordenó la desocupación inmediata de las bases militares.
Dentro de cuatro días se cumplen 60 años de aquel movimiento. La memoria histórica colectiva del panameño no debe olvidarlo. Son los episodios de la dignidad nacional en marcha que encontraron el 9 de enero de 1964 otro episodio glorioso, coronado por la sangre de los mártires y que dio las pautas irrevocables, abrogacionistas y soberanas.
