EL SISTEMA AL BORDE EL COLAPSO.

Cuando el dinero no se come

El viejo debate sobre la función del Estado siempre está presente. El Estado gendarme postulado por el liberalismo clásico y que otorgaba al sector privado el papel de motor insustituible de la economía, ha tenido sus modificaciones, la más trascendente es la referida al intervencionismo estatal. En el mundo presente, mundo de la globalización, el intervencionismo ha perdido protagonismo y el antiguo aforismo "dejar hacer, dejar pasar" es trofeo del libre mercado.

Sin embargo, la realidad social, tan llena de desigualdades, pugnas y tempestades humanas, que reclaman soluciones sin ánimo de lucro, siempre vuelve los ojos al papel regulador y creador del Estado. El Estado no puede soslayar esa misión porque existen problemas de tal magnitud y controvertidos que las soluciones no las puede imponer el sector privado porque carece de los instrumentos coercitivos. Además, como se ha dicho tantas veces, allí donde el pueblo reclama servicios, libres de toda especulación, al sector privado no le interesa participación alguna porque no existe la motivación representada por el lucro.

La llamada economía neoconservadora que todo lo deja a la demanda y a la oferta, ha restringido y hasta debilitado el papel intervencionista del Estado, sin anularlo del todo.

En la actualidad, por ejemplo, algunas actividades del sector privado enfrentan crisis tan enormes que a pesar de los dogmas de la economía de mercado, el Estado tiene que intervenir, incluso con la complacencia de los empresarios.

Me refiero concretamente al sector transporte hoy en manos privadas. En otros países el transporte público es estatal o municipal. En nuestro país funciona un sistema especial de concesiones y reglamentaciones por parte del Estado. El servicio no lo maneja ni el municipio ni el Estado. Pero hoy el sistema se encuentra al borde el colapso, dados los requerimientos de los usuarios y el pésimo servicio que se presta. Ha colapsado en manos de la empresa privada. Sobre sus ruinas, con exigencias mayúsculas se demanda el intervencionismo estatal bien para establecer reglamentaciones severas o bien para modernizar el servicio.

Ante esta clase de crisis, de grandiosa magnitud social, queda en evidencia que ninguna teoría es perdurable y absoluta y el relativismo tiene siempre su cuota protagónica en el campo de la ideas sociales y políticas.

Lo que debe ser materia de discusión es determinar si el servicio de transporte público lo asume plenamente el municipio o el Estado. O si se debe inyectar nuevas sumas de dinero a un sistema, el actual, devorado por la incompetencia. Esa es la alternativa que debe definir previamente el Estado.

Existen otros renglones críticos que pueden ser examinados dentro de los mismos parámetros. Me refiero al aumento descontrolado y escandaloso del costo de la vida. Dentro de ese aumento es insoportable lo que ocurre con la canasta básica. Es cierto que existen muchos factores negativos, propios y foráneos, que tienen alguna participación en los precios. Pero el proceso inflacionario puede aliviarse si el Estado asume su papel de amortiguador de los conflictos sociales.

Antes, durante la patria vieja, el abuso de los precios tenía su bozal y funcionaba la vigilancia de una oficina especializada, instituida constitucionalmente, que se dedicaba precisamente al control de los precios.

Así como se ha llamado al Estado para que resuelva el problema del transporte público, con el mismo sentido de responsabilidad social el Estado debe pulverizar las prácticas impopulares que desdeñan el control de precios, en defensa, desde luego, de los intereses de los consumidores.

"La autosatisfacción de la opulencia" de que hablaba Galbraith, no puede fundarse en la deshumanización del comercio que tiene que ver con la canasta básica y con el costo de la vida en general.

Al paso que vamos, con el precio incontrolado del combustible debido a la guerra de Irak y con el aumento creciente de todo bien y de todo servicio, veo venir aquí y allá, más temprano que tarde, explosiones sociales desesperadas.

Ante tanta voracidad material y tanto libertinaje en ciertas actividades comerciales y sobre todo ante tanto culto al dinero, tal vez sea oportuno recordar la angustia de un indígena del Amazonas ante el predominio de la gula y de la devastadora estupidez humana. Así hablaba el aborigen: "Tan solo después que el último árbol sea derribado, el último pez muerto, el último río envenenado, ustedes se darán cuenta de que el dinero no se come" (Ver mural del Restaurante Sabor Interiorano).

Este pensamiento en su interpretación y uso es de amplio espectro. Puede el lector aplicarlo a todos los pecadores sociales que atraídos por la sed del dinero son autores, cómplices o encubridores en el anárquico e insoportable aumento del costo de la vida.


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