El proceso de planificación iniciado en nuestra ciudad ha nacido y madurado en medio del desencuentro y el conflicto entre los habitantes de esta pequeña ciudad que ha crecido en dimensiones y complejidad.
Por una parte, existen quienes quisieran vivir y morir en aquel lugar que siempre les ha resultado familiar o donde invirtieron para vivir bajo un estilo de vida cómodo prometido por quienes les vendieron el concepto inmobiliario que dio lugar a su hogar.
Por otra, existen quienes piensan que la vida es dinámica y las ciudades también, y aceptan los cambios con mejor disposición.
Además, existen aquellos que ven el suelo urbano como una fuente de ingresos y un banco donde depositar sus riquezas.
Y por último, existen aquellos que sólo quieren un pedazo de tierra en donde asentarse y no sufrir más la vergüenza del desahucio y la indigencia.
Entre todos estos grupos existen causas comunes y enfrentamientos, y estos se ven reflejados físicamente en la forma de la ciudad, en la forma y condición de sus edificios y en los contrastes existentes entre sus distintos barrios.
Los conflictos de nuestra urbe requieren pensar más allá de un documento gráfico de zonificación con sus códigos y sus manchas de colores; requiere de ir más allá de las normas de desarrollo urbano con sus permisos y restricciones, más allá del costo de construcción, más allá del costo de la tierra o del precio por metro cuadrado vendible o rentable y más allá de los índices de densidad; requiere de una visión e ideal común, y se requiere de gestión. Para ello, debemos sentarnos todos los actores sociales en la misma mesa, en igual dignidad, sin exclusiones, en completa disposición de escucharnos y desahogarnos primero y encontrar soluciones después, sin apuros, sin otra precondición más allá de la confianza y la buena voluntad de hacer las cosas bien. Además, se hace muy necesario entender que, a medida que nuestra ciudad se vuelve más compleja, necesitamos pensar en nuevas formas de administrar con gobiernos locales (alcaldes y representantes) con más competencias y responsabilidades de gestión y comunidades más empoderadas compartiendo las responsabilidades y beneficios que les da su entorno.
Para ello, debemos construir confianza y, para ganarse esa confianza, es importante que seamos transparentes, sin agendas ocultas, sin información confidencial, sin restricciones, sin reuniones a puerta cerrada, presentando y poniendo a disposición los datos reales que reflejan la realidad de nuestra ciudad al alcance de todos. Pero todo ello es tan contrario a la manera como le gusta operar a los políticos y los grupos económicos, sin distingo de origen social, con el fin de supuestamente no exponerse y hacerse vulnerables a los ataques, envidia y mala fe de sus competidores, pero a la larga afectándonos a todos.
El alcalde y los representantes, a través del diálogo y la planificación, tienen una oportunidad de oro para impulsar la economía, no directamente explotando el suelo urbano con proyectos inmobiliarios -aún no estamos en esa parte del ciclo inmobiliario (con gran exceso de inventario)-, sino con una serie de proyectos de infraestructura pública, paisajismo y espacios públicos, que ya están contenidos en los estudios hechos para el plan de San Francisco y el plan distrital, además de los proyectos que puedan surgir de las juntas de desarrollo local. Este esfuerzo de renovación y embellecimiento de toda la ciudad puede crear miles de plazas de trabajo en toda la ciudad, no solo en Bella Vista, Calidonia y San Francisco, y dejar un legado que quizás sea comparable al de Haussmann en París. Esta mejora en la calidad de vida del panameño sin lugar a dudas podrá cimentar sobre bases sólidas el siguiente ciclo inmobiliario, una vez estemos cerca de consumir el inventario excedente y dejar como legado perdurable comunidades mejor cohesionadas con múltiples polos de desarrollo económico y humano.
El autor es arquitecto y urbanista

