Estamos en la tercera década del siglo XXI. La población panameña creció de 2.5 millones de habitantes en el año 1990, a 4.3 millones en 2019. Es decir, que en tres décadas casi nos hemos duplicado. No sucede lo mismo con la población escolar. En 1990 teníamos cerca de 350 mil estudiantes en el nivel primario, 400 mil en el año 2008 y 420 mil en el año 2019. A pesar del bono demográfico, este aumento no se ve reflejado en la escuela.
Para que los jóvenes ingresen en el mundo del trabajo, deben tener, al menos, educación secundaria completa, que, según la CEPAL, es el mínimo nivel educativo que ofrece un 80% de probabilidad de vivir fuera de la pobreza.
Según el Índice de Pobreza Multidimensional (2018), al menos el 50% de nuestros niños y jóvenes son pobres, y las limitaciones escolares y en el entorno familiar y comunitario, le dificultan el aprendizaje de las habilidades básicas de lectoescritura y matemáticas, lo mismo que interpersonales y comunicacionales.
De acuerdo con el último informe estadístico del Ministerio de Educación (2019), tenemos casi 94 mil niños en la educación preescolar; 420 mil en el nivel primario, con una tasa de conservación del 95%; 178 mil en la educación premedia, y 127 mil en el nivel medio. Estas cifras demuestran que estos dos últimos niveles reflejan la mayor pérdida de estudiantes en el sistema educativo.
Se gradúan menos de 30 mil estudiantes de la educación media, de los cuales, un estimado del 50% ingresan a las universidades y el resto se incorpora al mundo del trabajo o no estudian y no trabajan. De aquellos que llegan a las universidades (161 mil en 2018), solo un 18% se gradúa con el primer título universitario, a pesar de las diversas opciones que se ofrecen para la culminación de sus estudios.
Contando con la información precedente, ¿pensamos que la educación tiene que ver con el empleo? De hecho, la realidad es que los jóvenes con menos educación tienen menos competencias y menos oportunidades para insertarse en el mundo del trabajo, que reclama, además de los conocimientos técnicos y tecnológicos, científicos y humanísticos, competencias socioemocionales para poder desenvolverse, comunicarse, establecer relaciones interpersonales agradables, trabajar en equipo, resolver problemas, tomar decisiones acertadas, saber gestionar soluciones, con creatividad e innovación, con pensamiento flexible, energía positiva y valores.
Existe una correlación importante en la ecuación educación-empleo. Entre mayor y mejor es la calidad de la educación que se recibe, más oportunidades tendrán los jóvenes para enfrentarse a un mundo competitivo, automatizado, en el que las ocupaciones requieren de un profesional con conocimiento, con capacidad de aprender y desaprender, con agilidad para seguir aprendiendo, en el que el valor de las personas está en su conocimiento y en su desarrollo personal y profesional. Mantener a los niños en las escuelas y educarlos con las competencias para la vida y el trabajo es el reto que enfrenta la sociedad actual.
La autora es psicóloga
