El país está impactado por una noticia que parcialmente no es nueva: el abuso sexual de una niña de 8 años de edad. La única novedad es que esta niña carga un embarazo y será, con la ayuda médica, la madre más joven que vergonzosamente dará a luz en Panamá y probablemente en el mundo. Este hecho nos habla de una sociedad enferma y de la victimización y revictimización de una niña inocente que debería estar gozando en plenitud de sus derechos, en lugar de estar en una cama de hospital cargando un embarazo que no entiende y que pone su vida en riesgo.
El embarazo de una niña conlleva consecuencias nefastas tanto para la madre como para el bebé. Una niña no está preparada ni física ni mentalmente para tener un hijo. Los medios de comunicación han divulgado que el embarazo fue detectado tardíamente, por lo que “no se pudo” interrumpir. Como profesional de salud mental con más de 25 años trabajando con niños abusados sexualmente y sus familias, me siento en la necesidad de informar a la comunidad lo que representa en materia de salud física y emocional el embarazo para una niña de 8 años.
El hecho de que una niña empiece a ovular y a menstruar a los 8 años no significa que físicamente esté preparada para cargar un embarazo y dar a luz. Durante el embarazo, la placenta de la madre debe nutrir al feto en desarrollo, que toma el calcio y otros nutrientes de una niña que no ha terminado de crecer. El embarazo ejerce una gran presión sobre el sistema cardiovascular y, durante la gestación, 50% más de sangre circula por el cuerpo. En una niña, la pelvis y sus huesos están en formación, por lo que cargar el peso de un feto por 9 meses representa una tarea muy difícil. La pelvis no se ensancha por completo hasta el final de la adolescencia. Las niñas no puedan empujar al bebé a través del canal de parto, lo que se traduce en un parto difícil y prolongado que aumenta el riesgo de morir tanto para ellas como para sus bebés. Cuando las niñas sobreviven a un parto, a menudo desarrollan fístulas, que son orificios entre el canal de parto y el recto o la vejiga. Cuando la cabeza del bebé empuja hacia abajo y se atasca, corta partes del tejido blando de la madre provocando que este muera y se forme un agujero que produce que tanto las heces como la orina se filtren a través del orificio y salgan por la vagina.
Esto se conoce como fístula obstétrica, lesión grave que lleva a la depresión y al aislamiento social. En las niñas embarazadas, los riesgos de infecciones urinarias, problemas en los huesos, anemia e hipertensión son mayores. Una niña de 8 años llevando a término su embarazo tiene 4 veces más riesgo de morir en el parto que una mujer adulta. Los hijos de niñas tienden a nacer prematuros, con bajo peso, trastornos de desarrollo y malformaciones; además, tienen tres veces más riesgo de morir en el primer año de vida. Las niñas madres presentan riesgo de preeclampsia y eclampsia, siendo preeclampsia la hipertensión que puede llegar a ser mortal y eclampsia la presencia de convulsiones generalizadas e inexplicables en pacientes con preeclampsia. El embarazo de una niña acarrea una alta mortalidad para la madre. No interrumpir a tiempo el embarazo de una niña violada es revictimizarla y poner su vida en riesgo.
En el aspecto emocional, generalmente la niña de 8 años embarazada por un pariente ha sufrido abuso repetitivo y tiene un trauma complejo que abarca todas las áreas de su funcionamiento. Haber sido lastimada repetidamente por una persona cercana de la cual espera protección, deforma la personalidad. Los niños víctimas de violencia sexual sostenida aprenden a no confiar en nadie. Se ven a sí mismos de una forma distorsionada. Son vulnerables al estrés. Presentan dificultad para expresar y regular sus emociones. Se disocian, es decir, se desconectan del ambiente, lo que dificulta su forma de aprender, de actuar, de interactuar socialmente. El trauma repetitivo afecta el cerebro y cuerpo. Se alteran las reacciones fisiológicas normales y su sistema inmunológico. El sometimiento, la sumisión, la indefensión, lo impredecible de la agresión sexual, vulnera la integridad, y denigra y produce daños emocionales muchas veces permanentes.
Además de todo esto, el agravante de un embarazo profundiza el trauma. Sin comprenderlo, su cuerpo cambia y duele. A una niña de 8 años se le dice que va a tener un bebé y no lo entiende; rechaza al bebé y no puede asumirlo, porque ella necesita ser cuidada para terminar de crecer y desarrollarse. Una niña embarazada es una niña triste, sola, confusa, objetificada y con la vida en riesgo. A los 8 años no se debe cargar un embarazo.
Con profunda indignación, condeno enérgicamente el abuso sexual y el embarazo de esta niña de 8 años. Solicito a las autoridades realizar mayores esfuerzos para la prevención de este tipo de delitos que vulneran la salud física y emocional de niñas y adolescentes.
Condeno su victimización y revictimización, exigiendo el respeto y la restitución de sus derechos.
La autora es psicóloga y escritora.

